En estos días inician su formación de postgrado los residentes que aprobaron el examen MIR este año. Casi a la vez acaba su periodo de formación una promoción de estos profesionales. Han estado cuatro o cinco años en el hospital o en el centro de salud para completar su formación académica en la Facultad y poder ejercer como especialistas en la Sanidad pública.
Probablemente alguno de ellos le haya atendido a usted en alguna consulta, o en algún ingreso hospitalario o en el servicio de Urgencias. Quizás de entrada le haya mirado con desconfianza («¿no es demasiado joven?»), pero probablemente al finalizar el acto médico ha quedado satisfecho por su corrección, por su dedicación y por sus conocimientos.
Es cierto que la formación MIR ha sido una de las grandes aportaciones al desarrollo de la Sanidad pública en España. El proceso de formación, eminentemente práctico, tutorizado y con responsabilidad creciente, ha funcionado mejor que cualquier otro sistema de formación en este país. Pero además, los MIR han actuado y actúan como un revulsivo en los centros sanitarios y son un estímulo para todos los que allí trabajamos. Más discutible puede ser el tipo de examen, que parece insustituible para redistribuir las plazas, pero quizás precisa de un examen práctico previo (tipo ECOE) que faculte para ejercer como médico.
Residentes. Su ilusión y su vocación les permite tener una disponibilidad absoluta con los centros sanitarios y además, por su edad, ser capaces de no dejar de lado otros aspectos de la vida, de alguna manera iniciáticos. Es un tiempo para recordar siempre, porque el ambiente de solidaridad que se crea en ese periodo hace amistades que durarán toda la vida.
Es responsabilidad de los tutores que su formación haya sido la adecuada. Casi no existen dudas de que así es en los aspectos de conocimientos y habilidades o destrezas. No hay tanta evidencia de que ocurra lo mismo con algunos aspectos como los que afectan al desarrollo del profesionalismo, el gestionar de forma adecuada los recursos o el ser un agente social de la salud, defendiendo el derecho de todos a la misma.
Estos aspectos son más difíciles de evaluar, pero si se detecta esta carencia debe resolverse, porque ser médico supone algo más que saber Medicina, aunque sea mucha la que las nuevas generaciones saben. Los robots también pueden manejar árboles de decisión para el diagnóstico y pueden indicar el tratamiento que debe tener el paciente, pero para atender a los enfermos seguirá siendo necesaria la mente humana, capaz de indagar, empatizar, hacer un razonamiento clínico y debatir con el paciente las opciones terapéuticas, si las hay, o al menos poder aliviar, algo que el médico siempre podrá hacer.
Con todo, el balance es más que positivo; por lo tanto, bienvenidos los nuevos y un deseo de toda la suerte del mundo en su carrera profesional para los que se van, en este momento preocupados porque pueden sentirse desprotegidos al dejar su casa y su gente, que lo ha sido durante cinco años, y ahora tenerse que buscar (otra vez) la vida, sin apoyos, pero con un extraordinario bagaje de experiencia, la que les ha supuesto el MIR.
Aurelio Fuertes Martín