La mayoría de los jóvenes que pretenden acceder a los estudios de Medicina viven durante mucho tiempo una situación despiadada.
El infierno comienza cuando tienen 14 años, en la ESO, donde deben adquirir un buen nivel de conocimientos; después, en Bachillerato, realizan un esfuerzo de titanes para que sus notas sean sobresalientes. Posteriormente, tienen que enfrentarse a la Selectividad. Y, aunque en los listados se ordena a los alumnos por la calificación obtenida en Bachillerato y, sobre todo, en Selectividad, los exámenes de esta prueba, elaborados individualmente por cada Comunidad Autónoma, son desiguales. Desconozco si esto obedece a algún interés, pero, si todos optan a las mismas plazas, ¿por qué hay exámenes distintos?
En julio, solo una minoría de aspirantes de este distrito se matricula en Salamanca. El resto -alumnos brillantes: nadie, excepto algún despistado, se inscribe en esta carrera si no tiene buenas notas-, en el mejor de los casos, lo hace en septiembre en una lejana ciudad española. A continuación, a lo largo del primer trimestre, conforme cada facultad de Medicina resuelve el caos formado porque se puede solicitar plaza en todas las Comunidades (e incluso matricularse simultáneamente en varias), podrá realizar sucesivos traslados si tiene suerte. No hace falta explicar que algunos alumnos pierden el primer cuatrimestre: a veces los llaman en diciembre. Tampoco es necesario hablar del coste económico que esta desorganización les supone a las familias que pueden pagarlo: los hijos de las que no tienen medios eligen otra carrera. ¿Entonces, para qué haber trabajado tanto? los responsables de la Autonomía de Castilla y León deberán buscar alguna fórmula menos dolorosa y más igualitaria para recompensar el esfuerzo de unos magníficos estudiantes.
Mª Teresa muñoz. El Adelanto 8 octubre 2011