El día 20 de marzo de 2020 para mí fue el Día D o, mejor, el Día P, de pandemia. Esa noche iniciaba el primero de los que luego serían muchos turnos de trabajo haciendo frente al coronavirus. Aquella noche recuerdo que, sobre las 22:00 horas, me puse el EPI. Un acto tan cotidiano ahora, en el que ya no reparamos, pero que entonces tenía mucha parafernalia.
Primero, lavado de manos; después, primera pareja de guantes; luego la bata impermeable, el gorro, la mascarilla, las gafas, las calzas, la otra pareja de guantes… Me puse el EPI, como digo, sobre las diez de la noche y me lo quité a las cuatro de la mañana. Estaba exhausta, y recuerdo que la lengua se me pegaba al paladar de lo seca que la tenía por los nervios, por el calor bajo el equipo de protección y porque no había bebido nada en todo ese tiempo.
Esa noche dos residentes esperaban a mi salida de las habitaciones tras ver a los pacientes que ingresaban, para ayudarme en todo lo que podían: poner tratamientos, hacer comentarios de ingreso, ayudarme con el cambio de guantes… Ahora me doy cuenta de que esta lucha, sin los residentes, no habría sido posible.
Cuando pasó un poco de tiempo y nos organizamos mejor, los residentes mayores, de cuarto o quinto año, fueron protagonistas y se situaron codo a codo con los adjuntos, haciendo su misma labor. Los residentes más pequeños nos ayudaban en otras labores no menos importantes, como esperarnos a la salida de las habitaciones, hacer los evolutivos, ayudar con los tratamientos, ayudar con la retirada del EPI… Recuerdo haber trabajado con residentes pequeños de especialidades médicas, pero también de quirúrgicas, menos acostumbrados quizá a algunas labores propias de las especialidades médicas, pero no por ello trabajaban con menos ahínco y entusiasmo.
Si tuviera que destacar algo, sería el entusiasmo; creo que se sentían importantes, sentían que estaban haciendo una labor esencial en aquel momento, sentían que estaban contribuyendo a escribir el futuro.
En aquel entonces no éramos conscientes de lo que iba a ocurrir, no pensábamos que esta situación se cronificaría, pero al final todos, de una manera o de otra, se vieron afectados. Muchos se contagiaron, los menos estuvieron graves, e incluso algunos estuvieron en cuidados intensivos.
Muchos residentes han perdido parte de sus rotaciones, no olvidemos que son personal en formación. Otros muchos tuvieron que venir de otras ciudades de España para volver a su hospital de origen, otros estaban incluso en el extranjero y también se volvieron. Han perdido una parte de su formación y, aunque lo han tomado con paciencia y con resignación, es hora de normalizar la situación y retomar todas las actividades que previamente hacíamos en los hospitales especialmente dedicadas a ellos. Debemos, por tanto, respetar con pulcritud sus rotaciones dentro y fuera de sus hospitales de referencia, retomar las sesiones clínicas, las tutorías, ayudarles a preparar las comunicaciones para los congresos (virtuales), y un largo etc.
Gracias por vuestra actitud, vuestra sonrisa, vuestra madurez y buen hacer.
Gloria Alonso Claudio