“Lo primero que ha de hacer un buen gestor si quiere transformar la realidad a mejor es estar en contacto con ella” (Santiago Álvarez de Mon).
Los servicios sanitarios son organizaciones complejas, microcosmos de organización vertical con un jefe al frente del mismo. Estos puestos intermedios se consideran de confianza, pero su provisión se realiza mediante un concurso de méritos y la presentación de un proyecto técnico de gestión de la unidad a cuya jefatura se opte. Al ser considerados puestos de confianza de la administración sanitaria, su desempeño exige cierto equilibrio entre la lealtad institucional y las convicciones profesionales por lo que el desempeño de las jefaturas no es fácil.
En Castilla y León está regulado por la Ley 2/2007 del Estatuto Jurídico del Personal Estatutario del Servicio de Salud de Castilla y León y el Decreto 73/2009 por el que se regula el procedimiento de provisión y remoción de los puestos de trabajo de libre designación en los centros e instituciones sanitarias de la Gerencia Regional de Salud.
Más allá de las particularidades legales y de las capacidades científicas y técnicas que debe cumplir un jefe de servicio, algo que es obvio, en mi opinión es necesario que reúna también una serie de características personales, de valores humanos, que le legitimen ante sus compañeros para que pueda ejercer el liderazgo con el respeto y el apoyo de la mayoría de ellos.
Se ha escrito mucho sobre las características profesionales y técnicas que debe reunir un buen jefe de servicio y bastante menos sobre las características personales que, en mi opinión son básicas y primeras. Para ser un buen jefe de servicio hace falta una trayectoria previa en la que se hayan demostrado valores personales como honestidad, que según la RAE es “hablar y actuar con sinceridad, es más que no mentir, engañar, robar o hacer trampas. Implica mostrar respeto hacia los demás y tener integridad y conciencia de sí mismo” y coherencia que, también según la RAE, es una “actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan”. Honestidad y coherencia deben ir de la mano cuando alguien aspira a dirigir un servicio o equipo humano y especialmente si se trata del ámbito sanitario. No se puede predicar la responsabilidad si previamente no se ha demostrado ser responsable.
En la antigua Roma se distinguía entre potestas (fuerza o poder que emana de la legitimidad otorgada por la sociedad civil para ejercer un cargo) y auctoritas(distinción o reconocimiento social basado en una serie de características morales e intelectuales), dos conceptos distintos pero complementarios. El hecho de poseer potestas no implica necesariamente poseer auctoritas ni viceversa. En las sociedades modernas un auténtico líder debe tener ambas y basar el ejercicio del cargo en la honradez intelectual, sus valores humanos y su buen hacer.
Además de la potestas, el liderazgo de un servicio tiene que ver con la calidad de las relaciones que se establecen con los demás. Un buen jefe debe ser ecuánime, fiable, empático y generador de confianza, para lo que es fundamental saber escuchar, ser humilde, con capacidad de generar autoridad sin necesidad de imponerla. La humildad permite trabajar con confianza y fomenta la cooperación desarrollando un ambiente idóneo y sentimiento de pertenencia al grupo. El talento atrae al talento y genera más líderes en el propio servicio; la mediocridad solo produce mediocridad.
Seguramente no existe un jefe ideal y sea suficiente con ser un buen jefe. Tradicionalmente el jefe de servicio era el que más sabía y sigue siendo necesario que disponga de autoridad científica y capacidad organizativa, pero es imprescindible que en la toma de decisiones disponga de autoridad moral ejercida a través de los valores personales para lo que es fundamental la integridad personal y la capacidad de servicio a compañeros y pacientes, la auctoritas.
Miguel Barrueco.