En la situación en la que nos encontramos, en la que parece que el sistema sanitario tal y como lo conocemos se está colapsando, me planteo qué podemos hacer los profesionales sanitarios y qué soluciones podemos aportar.
La solución no es fácil ni se prevé que, aun adoptando las medidas correctoras necesarias, la solución sea efectiva a corto plazo. Considero que hay que contestar a tres preguntas: qué sanidad queremos, qué sanidad nos podemos permitir y si los profesionales sanitarios, que conocen los problemas por vivirlos cada día, son los que deben proponer soluciones; siempre teniendo en cuenta las necesidades y deseos de la población. No podemos seguir dejando sólo en manos de los políticos el futuro de nuestra Sanidad, ni que la sigan utilizando en función de sus intereses partidistas.
El tipo de sociedad que la gente de nuestra generación ha conocido desaparece. Están surgiendo nuevos sistemas de convivencia y de sociedad, y ello obliga al cambio. Nuestros pueblos se están despoblando y la mayoría de sus gentes son ancianas. En nuestras ciudades también las personas mayores aumentan en número, cada vez hay más personas que viven solas, sin una red familiar o social que les apoye. Esto influye en las necesidades sanitarias de la población.
Hasta ahora el sistema sanitario ha estado enfocado al tratamiento de procesos agudos, pero, actualmente, la mayoría de los procesos que bloquean nuestras consultas y, sobre todo, nuestros hospitales son procesos de larga duración: enfermedades degenerativas, tumores, procesos autoinmunes, las enfermedades propias del envejecimiento, etc. Ello hace que nuestro sistema asistencial esté sobrepasado y no funcione.
¿Qué sanidad queremos?
Lo mejor es enemigo de lo bueno, pero es bueno plantear una meta ideal hacia la cual dirigirse; sabiéndola inalcanzable, siempre nos servirá de estímulo para seguir mejorando, siendo conscientes de que nunca alcanzaremos la perfección, pero intentando llegar lo más cerca posible de ella.
Debería ser universal, igualitaria y accesible a toda la población. Dirigiendo nuestros esfuerzos a una sanidad “socio-sanitaria”. La sociedad influye en la forma de enfermar y en la forma de recuperarse de la enfermedad. ¿De qué sirve realizar una operación cardiaca dificilísima y carísima llevada a cabo por un equipo de alto nivel en un hospital superespecializado que nos salva de una muerte segura si luego no disponemos en el domicilio del soporte necesario para recuperarnos? Hay que dedicar más esfuerzos y recursos a fomentar el cuidado dentro del entorno de las personas.
Se debe potenciar la Atención Primaria como cimiento y pivote de nuestro sistema sanitario. Crear equipos multidisciplinares que aborden la enfermedad y el modo de enfermar en su conjunto. Potenciando los hábitos saludables, las actividades preventivas y la educación sanitaria de la población, de forma seria y reglada. Facilitar la capacidad resolutiva de la Atención Primaria: facilitando la formación continuada, estableciendo contactos y cooperando con el segundo nivel de forma efectiva, favoreciendo la asistencia compartida de los pacientes, con un diálogo fluido, buscando soluciones factibles enfocadas en la persona y por encima de nuestra comodidad.
Las trabas que la organización impone, con horarios rígidos y primando la asistencia en el hospital, dejan fuera a varios grupos de personas que, por horarios laborales, problemas de movilidad o dificultades para desplazarse, llegan a renunciar a recibir la asistencia que necesitan.
Se deben potenciar las otras formas de asistencia hospitalaria, acercando el hospital a los ciudadanos: consultas de especialistas en los centros de salud, equipos de hospitalización a domicilio, cuidados paliativos dotados de personal suficiente, y otras ideas que puedan surgir. La proximidad entre los dos niveles asistenciales favorece el aprendizaje mutuo y que la asistencia sea más eficaz.
Idear otro sistema de asistencia en la zona rural, potenciar los cuidados y la labor de la enfermería (enfermera comunitaria, enfermera de cabecera) que garantice una vigilancia de la población y facilite la prevención, la educación sanitaria y el autocuidado.
Crear, para estas zonas, unidades móviles que puedan atender las necesidades de asistencia, tanto a demanda como programada o urgente y que, dotadas de medios suficientes, sean resolutivas, evitando desplazamientos innecesarios de la población. Ayudarnos de las nuevas tecnologías, fomentar la teleasistencia, contacto telefónico, etc.; tanto para uso de la población como de los profesionales.
¿Qué sanidad nos podemos permitir?
Tenemos que ser realistas. La sanidad cuesta dinero, mucho dinero, pero ¿de verdad es necesario gastar tanto en determinadas cosas que se pueden solucionar con una buena organización? ¿No se podrían disminuir las consultas a Urgencias que no son urgencias, o interconsultas innecesarias, pruebas diagnósticas y analíticas redundantes? ¿No es posible optimizar mejor el tiempo de los profesionales? ¿No estaríamos más satisfechos si tuviéramos la conciencia de que nuestro tiempo se dedica de verdad a asistir al paciente y a ayudarlo? ¿El paciente no estaría más satisfecho viendo que nos interesamos por su problema e intentamos resolverlo con todos los medios que necesita y en un tiempo lógico?
Hay que priorizar, por supuesto, pero no discriminar. Atender al paciente según sus necesidades, y no en función de su carnet de identidad (edad, inmigración…). Lo que no se resuelve nos vuelve una y otra vez, creando crispación, frustración… No desaparece. Si lo puedes solucionar, SOLUCIÓNALO; y si puede ser hoy, mejor que mañana. Será más satisfactorio para todos y nos ahorrará tiempo y dinero.
Tanto los profesionales como la población en general deben saber cómo influyen sus actos en los fallos de nuestro sistema sanitario. Solicitar pruebas que no aportan nada en el diagnóstico o seguimiento de un paciente, emplear tratamientos agresivos y caros en situaciones en las que ya no tienen sentido. Cómo se sobrecargan las urgencias con motivos que no tienen que llegar allí o que incluso no son problemas de salud. Considerar problemas de salud lo que es consecuencia de problemas laborales o de relación, o de disconformidad con el propio cuerpo. Es imprescindible un uso racional de los servicios sanitarios y dejar de fomentar la barra libre.
¿Quién debe marcar las directrices del sistema sanitario?
La Organización Nacional de Trasplantes es un ejemplo para todos. La idea surgió de un grupo de profesionales sanitarios apoyados por una política adecuada. Eso pido. Poder organizarnos nosotros, haciendo partícipes a todos los actores implicados. Quiero de los políticos un pacto entre todos, es decir, que dejen al margen la sanidad en su pelea por el poder. Que no la utilicen como un arma para recaudar votos. Que todos aunemos nuestros esfuerzos para mantener un sistema sanitario del que podamos sentirnos orgullosos y que nos atienda a todos según nuestras necesidades y hacerlo sostenible.
Se tienen que tener en cuenta las necesidades de la población, y estas necesidades no son uniformes en todos los territorios. Se debe implicar a la población en las decisiones, informando adecuadamente y buscando su colaboración.
Es imprescindible hacer un seguimiento y evaluación de la organización, para detectar los fallos y corregirlos y hacer crítica de nuestras actuaciones para desestimar aquellas que son inadecuadas.
Los profesionales sanitarios debemos tener vocación de servicio; ello no quiere decir que tengamos que ser mártires. Pero trabajamos con material muy sensible, y se requiere tener empatía, generosidad, voluntad de ayudar. Cuidemos nuestro sistema de Sanidad pública y defendámosla de aquellos que pretenden hundirla.
Luz María Martínez