Estos días he dicho adiós a mi última residente, Paula. Cada vez que me toca decir adiós a los compañeros y compañeras que han realizado su formación conmigo, en Medicina de Familia, es doloroso y me causa tristeza. Pero esta vez es especialmente penoso, porque Paula ha sido mi última residente, pues me voy a jubilar próximamente.
Echando la vista atrás, recuerdo a las residentes que tuve el primer año, allá por 1995: Carmen y Chus. Después vinieron muchos y muchas más: Begoña, Susana, Olga, Julio, Manolo, Visi, Domingo, Elena, Nuria, Carmen, Sonia, Carlos, Carmen (otra), Nacho, Patricia, Ángeles, Laura y Paula (igual me he olvidado de alguno o alguna, lo siento).
Compartir ese camino con ellos y ellas ha sido un placer, un estímulo cada día, y la satisfacción de ver cómo van progresando a medida que avanza su formación. He tenido la oportunidad de ver cómo se desenvuelven después, cuando ya son adjuntos. Reconozco en su forma de trabajar algunas manías mías, y, sobre todo, me gusta ver lo bien que lo hacen y cómo han seguido progresando después de terminar su residencia, actualizándose e incorporando en su día a día las nuevas técnicas que, por fin, se van integrando en nuestro trabajo.
Su formación ha sido mucho más completa que la que recibieron mis compañeros de residencia en aquellos primeros años del origen de la Medicina de Familia. Entonces, tuvieron que luchar por su especialidad. La carencia de tutores, de centros acreditados, la falta de medios, el trabajo precario, lo duro que era conseguir que en algunos servicios del hospital les dieran la formación necesaria. Estas dificultades las supieron suplir con imaginación, mucho esfuerzo personal y con ilusión por conseguir la mejor formación posible.
Formación de residentes
En el programa de formación, los residentes de Familia pasaban, y pasan, la mitad de su tiempo de aprendizaje en diversos servicios hospitalarios. Sin embargo, en muchos de estos servicios no sabían / no saben qué hacer con ellos, y no había entonces unos objetivos formativos programados para ellos.
El primer programa de formación, si no estoy equivocada, o por lo menos uno de los primeros que se redactó, fue el de Medicina Familiar y Comunitaria. Algunos de nosotros estuvimos en la primera redacción. Pretendía ofrecer una herramienta a tutores y residentes sobre las competencias a adquirir durante su periodo de formación.
Allí se definieron qué conocimientos y competencias se deberían alcanzar en cada año de aprendizaje. Además, también quería ser una guía para los servicios hospitalarios por donde rotaban, facilitándoles el conocimiento de para qué y por qué los futuros médicos de familia deben tener formación de su especialidad.
Me temo que este objetivo no se ha conseguido en muchos casos. Los residentes se quejan de que en algunos servicios podrían no aparecer por allí y nadie los echaría en falta. Hay una falta de compromiso o desinterés en la formación de los médicos de familia en el hospital. Se pierde una oportunidad de oro para establecer qué competencias son propias de la atención primaria y cuáles no, qué se debe derivar y qué no, y, por parte de los especialistas, conocer la realidad de la atención primaria y las dificultades que tiene para desarrollar su trabajo.
La Medicina de Familia, un pilar de la asistencia
La especialidad de Medicina de Familia es la “gran desconocida”. Se desconocen las competencias de la misma y la importancia del trabajo que se realiza; incluso se menosprecia, como si fuera una especialidad de segunda categoría, siendo como es el pilar fundamental de la asistencia sanitaria.
Si no existiéramos, todo el entramado sanitario se vendría abajo. Como dijo un compañero en la ponencia de un congreso, y utilizando una ranchera como ejemplo de lo que le diría la atención primaria a la atención especializada: “Yo sé bien que estoy afuera, pero el día que yo me muera sé que tendrás que llorar…”. Este desconocimiento influye en que sea poco atractiva para ser elegida por los futuros especialistas. Sin embargo, cuando algunos estudiantes de medicina eligen rotar por los centros de salud, salen muy satisfechos de esa rotación, hasta ese momento desconocida para ellos.
Recientemente se ha publicado un nuevo programa de formación de MFYC, muy ambicioso, pero poco realista si no se facilitan los medios para desarrollarlo. Para empezar, no todo el mundo está dispuesto a ser tutor, ya que, salvo como mérito para la carrera profesional, no hay ninguna contraprestación.
Un desafío para las unidades docentes
La falta de estabilidad en el puesto de trabajo hace que muchos profesionales no se planteen ser tutores, pues no saben si permanecerán en su puesto los cuatro años que dura la formación de un residente. ¿Qué medios se les va a proporcionar para desarrollar el programa? ¿Quién va a supervisar que en las diferentes rotaciones se cumplen los objetivos indicados? ¿Dónde se va a realizar el adiestramiento en las diferentes técnicas que deben adquirir en su formación? ¿Cómo se va a conseguir la acreditación de los centros de salud para cumplir con las condiciones actuales del programa? Las unidades docentes tienen por delante un reto importante para desarrollar el programa y conseguir que los nuevos médicos de familia se formen de la mejor manera posible.
No quiero terminar sin agradecer a todos y todas las compañeras que generosamente han participado como tutores en la formación de los futuros médicos de familia, transmitiéndoles sus conocimientos, experiencia y amor por su especialidad. Y lo deben haber hecho bien, porque sus pupilos han tomado el relevo, y muchos también son tutores. Quiero animarlos para que sigan luchando por su especialidad y siempre se sientan orgullosos de lo que son y de su especialidad. Cada día, nuestros pacientes nos agradecen lo que hacemos por ellos, y eso no tiene precio.
Luz María Martínez Martínez