No. Mi postura es clara y contundente, no. Y no se trata de una provocación, no es una boutade. Intentaré explicarme. No más financiación para ser mal utilizada. Del 20 al 30% de la actividad médica es inadecuada, es decir, no está justificada. Y esto no es solo un mal que aqueje a nuestro SNS, sino que sucede en la mayoría de los sistemas de salud de los países llamados desarrollados.
Reflexionando sobre el asunto, no deja de ser sorprendente que, al contrario de lo que ocurre en todas las áreas técnicas o industriales, en el mundo de la Sanidad la ineficiencia no se intente abordar detectando cuáles son sus causas, dónde están las bolsas de ineficiencia o las acciones improductivas, sino inyectando más financiación. Esto es consagrar el principio de ineficiencia y, por ende, de inequidad.
Más dinero, pues, para generar ineficiencias, no. Más financiación para alimentar intereses privados, conciertos o mutuas, no. Incrementar los recursos en un sistema que produce yatrogenias (patologías y efectos secundarios de las exploraciones y tratamientos), no me parece buena idea. Seguir alimentando un sistema sanitario que se ha olvidado de generar salud y solo piensa en tratar la enfermedad, no me parece acertado. Hacer crecer una organización que sacraliza la hiperespecialización, donde la técnica es el becerro de oro y donde los valores humanos se van dejando en segundo plano, no lo creo inteligente.
En este contexto es donde digo ‘no’ a más financiación. Aunque hace falta, claro que sí.
El SNS, desde su creación, no ha variado, se ha maquillado levemente, se han producido pequeños reajustes, pero no ha seguido la fortísima evolución habida en la sociedad. La financiación adecuada será aquella que decida la sociedad tras conocer la realidad sanitaria, la que quiera y pueda aportar para proteger lo que decida quiere proteger. Seguir esta carrera sin fin de vertiginosa evolución tecnológica, sin reflexionar dónde se quiere llegar, es apostar a perder siempre, tanto desde la sostenibilidad, como desde la ética y lo científico.
Junto a esta intervención efectiva y decidida de la sociedad sobre hasta dónde quiere proteger, cómo quiere hacerlo, bajo qué premisa -si curativa o preventiva- y cuánto está dispuesta a pagar sin ineficiencias, falta –desde mi modesta opinión- introducir el otro gran elemento: el paciente y ciudadano como eje y dueño del sistema. Y no solo como un eslogan publicitario. Introducir valores de conducta junto a los técnicos. Tan relevantes deben ser los “indicadores de empatía” o el “grado de confort humano” como los índices de infección.
En resumen: más financiación sí, pero no para despilfarrarla en ineficiencias técnicas y humanas.
Miguel González Hierro