Cuanto más débil sea la situación de una persona, de un enfermo, de un anciano, más intenso debe ser el esfuerzo en tratarlo dignamente. La enfermedad no sólo produce un daño físico, dolor o sufrimiento, sino que, en las situaciones severas o así vividas por la persona, provoca un estado de abatimiento que la deja más indefensa ante el entorno.
Esta situación, bien conocida de todos aquellos que transitan por las veredas de la enfermedad, con matices distintos según las personas y las circunstancias de cada cual, es tratada en todas las cartas de derechos de los pacientes y normativa similar, respeto a su autonomía, derechos básicos del paciente en nuestra Comunidad…, reconociéndose en estas normas el respeto explícito a la dignidad, la intimidad y la confidencialidad del proceso y datos clínicos.
El avance de la sociedad hace que no pueda ser de otra forma, que se respeten los mismos derechos en la esfera sanitaria que ya están reconocidos y consolidados en la esfera ciudadana. Ahora bien, precisamente por esa situación de desvalimiento del paciente, en la esfera sanitaria ha de ser en primer lugar la administración y en segundo lugar los propios profesionales, los que impulsen y aseguren el efectivo cumplimiento de respeto a estos derechos.
La publicación ex profeso de estos derechos como normas obligadas es un avance importante, pero la prueba de fuego es observar si el trato real que damos a los pacientes está en consonancia con lo publicitado. Existen muchos factores (alta presión asistencial, insatisfacción por mil causas, desmotivación por otras mil…) que explican como las rutinas diarias de profesionales son a veces difícilmente compatibles con alcanzar un nivel idóneo en el trato, partiendo de que la mayoría de los profesionales procuran y consiguen este respeto a la dignidad del paciente. Aun debe reclamarse que se extreme la atención en este sentido. O, vamos decirlo de otra forma, seguro que acertamos tratando a los demás como nos gustaría nos tratasen.
Miguel González Hierro. El Adelanto 13 Mayo 2006