Hace unos meses se hizo publicidad de la instalación de telecardiología en algunos centros de salud de la provincia. La cosa consiste en un pequeño aparato que permite trasmitir el electrocardiograma del paciente a través del teléfono a la central de la empresa distribuidora. Allí se interpreta de forma automática y contando con un cardiólogo contratado al efecto; en el momento te informan por teléfono de lo que ellos ven, pues tu no ves nada y te lo pueden enviar por fax o correo convencional al día siguiente.
A pesar de las limitaciones que presenta, puede ser de cierta utilidad al médico que está de guardia en el centro o en el domicilio del enfermo.
Sin embargo decepciona profundamente que al otro lado del teléfono no esté el cardiólogo del hospital de referencia para, entre ambos, el médico de primaria y el especialista, tomar la decisión más adecuada al caso, si debe o no ser trasladado, en qué trasporte, con qué urgencia o si simplemente no hace falta ir y el tratamiento se instaura en casa con el apoyo del especialista. No es utópico, es sencillo.
Las inversiones de la sanidad pública tienen que tener como fin principal mejorar la calidad de la asistencia y ayudar a los profesionales en su trabajo y favorecer el acceso de los pacientes a los servicios. Si además una empresa se beneficia, pues es un efecto colateral positivo, pero nada más. O eso creemos que debe ser.
Concha Ledesma El adelanto 15 Mayo 2004