Cuando se observan desde fuera, sobre todo si se está viviendo en un país pobre, se aprecian mejor las condiciones de vida de las que disfrutamos en España: Condiciones de empleo mejores, salarios más altos y generalización de la protección social. Educación obligatoria, gratuita y de calidad para todos. Sanidad pública de calidad, fácil acceso y que presta una asistencia universal.
Probablemente éstas sean las razones que hacen tan atractiva a España como tierra a la que emigrar desde África, desde los países del este europeo o desde Sudamérica.
En lo referente a la salud, considero un valor fundamental el que la asistencia se preste en España a todo el que la precisa, que sea universal. A la atención sanitaria urgente tiene derecho cualquier persona, sea cual sea su condición legal, dicho de otra forma, tenga o no papeles. Y si la asistencia no es urgente el único requisito es inscribirse en el padrón municipal, fácil de conseguir en los ayuntamientos.
Esta circunstancia reporta muchas ventajas. Unas resultan evidentes, pero otras podrían pasar desapercibidas a los individuos y a toda la comunidad: las patologías se detectan en etapas tempranas evitando, por ejemplo, en el caso de las enfermedades infecciosas, su propagación excesiva o incluso previniendo su aparición mediante la vacunación.
La tentación de poner limitaciones a la universalidad de la asistencia en una época de vacas flacas o de recesión podría ser muy peligrosa porque las ventajas referidas anteriormente desaparecerían y aumentarían los riesgos sanitarios para toda la población.
Todo ello en un tiempo en que la salud pública e individual están sometidas a importantes riesgos derivados de la propia situación económica y social. Es conocida la relación entre desempleo, empleo precario, pobreza y peor situación de salud o dicho de otra forma, y como explica David Gordon, salubrista británico: «No seas pobre, pero si lo eres deja de serlo lo antes posible»; «no vivas en un barrio pobre y contaminado»; «no realices un trabajo precario y mal pagado».
Probablemente éstas sean las razones que hacen tan atractiva a España como tierra a la que emigrar desde África, desde los países del este europeo o desde Sudamérica.
En lo referente a la salud, considero un valor fundamental el que la asistencia se preste en España a todo el que la precisa, que sea universal. A la atención sanitaria urgente tiene derecho cualquier persona, sea cual sea su condición legal, dicho de otra forma, tenga o no papeles. Y si la asistencia no es urgente el único requisito es inscribirse en el padrón municipal, fácil de conseguir en los ayuntamientos.
Esta circunstancia reporta muchas ventajas. Unas resultan evidentes, pero otras podrían pasar desapercibidas a los individuos y a toda la comunidad: las patologías se detectan en etapas tempranas evitando, por ejemplo, en el caso de las enfermedades infecciosas, su propagación excesiva o incluso previniendo su aparición mediante la vacunación.
La tentación de poner limitaciones a la universalidad de la asistencia en una época de vacas flacas o de recesión podría ser muy peligrosa porque las ventajas referidas anteriormente desaparecerían y aumentarían los riesgos sanitarios para toda la población.
Todo ello en un tiempo en que la salud pública e individual están sometidas a importantes riesgos derivados de la propia situación económica y social. Es conocida la relación entre desempleo, empleo precario, pobreza y peor situación de salud o dicho de otra forma, y como explica David Gordon, salubrista británico: «No seas pobre, pero si lo eres deja de serlo lo antes posible»; «no vivas en un barrio pobre y contaminado»; «no realices un trabajo precario y mal pagado».
Emilio Ramos.
Publicado en «El Adelanto»,21 Febrero 2009