En España viven más de 2,5 millones de extranjeros de origen extracomunitario, de ellos 300.000 sin papeles. Dice el escritor José Luis Sampedro en el libro La ciencia y la vida que «la mayoría de los inmigrantes subsaharianos que llegan a España vienen a buscar dinero para mandarlo a sus familias; su cultura les hace querer a sus viejos y a sus familias al extremo de jugarse la vida en una patera (…). La inmigración , en cierto modo, es la ayuda al subdesarrollo organizada por los subdesarrollados: en vista de que los ricos no les ayudan de verdad, ellos vienen a buscar la cuota de bienes de la Tierra que les corresponde. Dicho de otro modo: si el dinero no va donde hay pobreza, la pobreza va donde hay dinero».
Los inmigrantes subsaharianos tras un costoso viaje, en el que muchos dejan la vida, encuentran las vallas inmensamente altas de las fronteras de la Unión Europea.
Su desesperación hace que, en ocasiones, asalten las vallas en tropel, como recuerdan esporádicamente los medios de comunicación en una escueta nota. Allí dejan un rastro de ropas, de sangre, la piel a tiras. Si consiguen pasar pero les «pillan» les espera el confinamiento hasta por 18 meses en una serie de campos de internamiento situados, en la práctica, al margen del derecho, por una orden administrativa.
El miedo a fracasar en el proyecto migratorio, la soledad, a ser atrapados y expulsados o internados, la lucha por la supervivencia diaria, el alejamiento de su cultura y de sus seres queridos, tanta angustia llega a superar la capacidad de adaptación de estas mujeres y hombres jóvenes, sanos y casi siempre los más preparados de su grupo social, convirtiéndoles en seres aterrorizados con altas posibilidades de enfermar, es entonces cuando más fácilmente aparecen enfermedades infecciosas o psiquiátricas, no antes. Insisto en decir que salen de sus lugares de origen y llegan a su destino sanos.
Como ciudadanos de la tierra de libertad que debe constituir la Unión Europea, no podemos ser cómplices por omisión, en un trato injusto a los inmigrantes que les hace enfermar. Nosotros queremos salud para todos, ¿o no?
Los inmigrantes subsaharianos tras un costoso viaje, en el que muchos dejan la vida, encuentran las vallas inmensamente altas de las fronteras de la Unión Europea.
Su desesperación hace que, en ocasiones, asalten las vallas en tropel, como recuerdan esporádicamente los medios de comunicación en una escueta nota. Allí dejan un rastro de ropas, de sangre, la piel a tiras. Si consiguen pasar pero les «pillan» les espera el confinamiento hasta por 18 meses en una serie de campos de internamiento situados, en la práctica, al margen del derecho, por una orden administrativa.
El miedo a fracasar en el proyecto migratorio, la soledad, a ser atrapados y expulsados o internados, la lucha por la supervivencia diaria, el alejamiento de su cultura y de sus seres queridos, tanta angustia llega a superar la capacidad de adaptación de estas mujeres y hombres jóvenes, sanos y casi siempre los más preparados de su grupo social, convirtiéndoles en seres aterrorizados con altas posibilidades de enfermar, es entonces cuando más fácilmente aparecen enfermedades infecciosas o psiquiátricas, no antes. Insisto en decir que salen de sus lugares de origen y llegan a su destino sanos.
Como ciudadanos de la tierra de libertad que debe constituir la Unión Europea, no podemos ser cómplices por omisión, en un trato injusto a los inmigrantes que les hace enfermar. Nosotros queremos salud para todos, ¿o no?
Emilio Ramos.
Publicado en «El Adelanto», 28 Junio 2008