Merece la pena seguir a dos profesores de la Universidad de Harvard que escriben, además de en revistas biomédicas como New England Journal of Medicine, en lugares tan dispares como The Wall Street Journal y The New Yorker. Ellos son Jerome Groopman y Pamela Hartzband, y en los últimos tiempos han puesto en envidencia dogmas tan sacrosantos como la calidad de los cuidados de salud tal como es entendida por los gestores. Llegan a decir que realmente son un riesgo para la salud y, lo que es más importante, lo demuestran con pruebas contundentes derivadas de ensayos clínicos aleatorizados.
En otro artículo reciente publicado en The Wall Street Journal arremeten contra el papanatismo tecnológico, demostrando, una vez más, que el rigor científico casa mal con el pensamiento acrítico y la asunción de la autoridad como criterio para la toma de decisiones. Para sorpresa de muchos enarbolan una larga panoplia de estudios que ponen en tela de juicio el incremento de la calidad de la atención derivado de las historias clínicas electrónicas. Los artículos que sustentan esta algo más que hipótesis están publicados en «papeles» de tan escasa credibilidad como «Circulation», por ejemplo. De hecho, la base que sustenta la diseminación de la bondad de los registros médicos electrónicos (allí donde necesitan bases para tomar decisiones racionales, claro) es un estudio teórico publicado en el año 2005 por «RAND Corporation» y financiado por compañías tales como Hewlett-Packard y Xerox que, es probable, tengan alguna relación entre su cartera de negocios y las historias clínicas electrónicas.
La verdad siempre está en el fondo del pozo.