Me animo a hacer alguna reflexión sobre nuestro sistema de Formación Sanitaria Especializada –popularmente conocido como MIR, pero donde se forman no solo médicos, sino otros muchos profesionales–, al socaire de los rumores sobre una posible trasferencia de esta competencia a Cataluña. Solo son –hasta ahora– rumores. Fuertes en algún caso, y posiblemente interesados, pero dan pie a abordar algunos aspectos del proceso formativo.
La puesta en marcha de este sistema, a finales de los 70, marcó el inicio de una época de éxito en este ámbito. Y se ha logrado consolidar un sistema formativo de especialistas sanitarios excelente,envidiado por otros países y produciendo profesionales de muy alta cualificación que pueden competir con éxito con los profesionales de los sistemas de salud internacionales más exigentes.
La sola posibilidad de plantear trasferir esta FSE a Cataluña, o a cualquier otra comunidad autónoma, pone en cuestión las bases mismas del éxito de la formación de especialistas sanitarios. Se trata de una competencia perteneciente al Estado y basada en tres ejes: los programas formativos únicos; el aprendizaje y responsabilidad progresivo, tutelado y pegado al desempeño de profesionales consolidados; y la acreditación a través de auditorías periódicas centralizadas por el Ministerio de Sanidad para garantizar el cumplimento de requisitos, homogeneidad del procedimiento y verificación del nivel de calidad.
Dos de estos tres ejes quedarían rotos por una trasferencia de la formación. Formar especialistas bajo criterios diferentes, programas diferentes, exigencias de acreditación de centros y unidades diferentes… rompería el principio de unicidad actual y obligaría a complejos procedimientos de reconocimiento mutuo que debilitarían drásticamente el sistema y sus resultados.
Bien es cierto que esto es una amenaza, o más bien una posibilidad sin más fundamento que comentarios de prensa, pero…
Al margen de esta amenaza, el sistema MIR tiene otras debilidades que deberían considerarse. Las auditorías de acreditación han dejado de realizarse hace unos años, con el consiguiente debilitamiento de las condiciones formativas y el incremento de funciones asistenciales en detrimento de las docentes de los residentes; y más en un momento de disminución de plantillas médicas.
Este déficit de médicos ha originado también un incremento de las Unidades Docentes aprobadas, pero sin más garantía que la documental, lo que podría permitir la entrada en el sistema formativo de servicios clínicos no perfectamente solventes para esta función.
Por último, el esquema selectivo y formativo de los residentes merecería una revisión, dejando de considerar únicamente como elemento selectivo el puramente académico, introduciendo elementos de habilidades humanas de los candidatos a esta profesión de íntima relación personal, y dando mucho más peso en el proceso formativo a los aspectos de interacción con los pacientes, potenciación práctica de la denominada autonomía del paciente y aspectos de comunicación.
Si no se abordan los riesgos, antes de que se concreten los daños, la corrección de una deriva negativa será siempre más difícil.
No se trata de disminuir la formación técnica, sino de incrementar la humana.
Miguel González Hierro