En el mes de diciembre, cuando estábamos saliendo de la segunda ola de la pandemia, se pensó que podían salvarse las Navidades, pero estas fechas tan señaladas nos han traído una tercera ola con toda su virulencia.
Actualmente el trabajo en los centros de salud no está colapsado, pero sí al limite. Con las agendas al completo, muchos cupos cuentan con una semana de demora para consulta, debido a que se está atendiendo a la patología covid y no covid, y en estas condiciones, en ocasiones, ante la ausencia de sustitutos, hay que hacerse cargo, además, de parte de la consulta de otros compañeros que están de baja o de vacaciones.
Las agendas saturadas se sobredimensionan más con las citas forzadas a diario, bien por los rastreadores, bien por nosotros mismos, para hacer el seguimiento de los nuevos diagnósticos de covid.
A esto unimos los pacientes que acuden de forma urgente, que, en muchas, ocasiones son pacientes que, cuando se citan para consulta y se les da fecha para siete días más tarde, no pueden esperar y acuden para que se les atienda. También hay que añadir aquellos que, una vez realizada la consulta telefónica, precisan una valoración presencial para explorarlos.
A su vez, el personal de enfermería asume a diario la realización de test de antígenos, PCR y vacunación de las residencias, además de su trabajo de cada día.
Con lo cual el final de la jornada no es el que marca el horario de trabajo, sino cuando se termina de atender la larga, a veces interminable, agenda de pacientes citados cada día.
La tercera ola se veía venir, ya lo avisaron en diciembre los epidemiólogos y la propia consejera; sabíamos que si queríamos salvar la Navidad y no se tomaban medidas drásticas de movilidad en estas fechas nadie evitaría una tercera ola. Un agravante añadido era el hecho de que los hospitales aún no se habían recuperado de la segunda ola, y la ocupación de plantas y UCI todavía era alta, con el consiguiente riesgo de llegar a colapsar.
Con estas premisas, sería complicado hacer frente a una posible cuarta ola, debido a que el cansancio es evidente y nos está llevando al límite.
Por tanto, cuando se rumorea que hay que salvar la Semana Santa, creo que no hemos aprendido nada y que es obligatorio prevenir una cuarta ola. Salvar la Navidad nos ha costado un número muy alto de muertes y tampoco se ha salvado la economía. No podemos repetir errores, estoy de acuerdo con que habrá que tomar medidas para conseguir que la economía no se desplome, pero el principal objetivo, como no puede ser de otra manera, es salvar vidas.
Gene Gómez Cruz