Próxima mi jubilación, y después de treinta y ocho años de profesión como médico de Atención Primaria, no puedo dejar de trabajar sin despedirme de todas esas personas cuya salud, de una manera u otra, ha dependido de mí.
Lo primero que quiero hacer es dar las gracias a mis pacientes por su buena comprensión y la confianza que han depositado en mí, porque me han hecho muy fácil desarrollar la profesión de médico de familia como creo que debe hacerse y por haberme dejado sentir muy a gusto en mi trabajo.
Siempre han sido mis objetivos ser el médico de familia de las personas que acuden a mi consulta, con todo lo que ello representa, estar próximo a ellos, ser su médico de referencia y la puerta de entrada al sistema sanitario, ser a quien acudir ante cualquier problema de salud y quien coordine toda su atención médica. Ha sido una relación cordial, de confianza, de proximidad, pero también de respeto mutuo.
Sé que en algunos momentos no hemos estado de acuerdo, y en muchas ocasiones he negado determinadas demandas que, bajo mi criterio, pensaba que no estaban justificadas, pero incluso en estos momentos, cuando les he explicado las razones por las que no accedía a sus peticiones, justificando y explicando las causas de mis decisiones, apoyadas en una medicina basada en la evidencia, han entendido por qué lo hacía.
Tampoco quiero irme de mi trabajo sin pedir disculpas a aquellas personas con las que no me pude entender; les aseguro que siempre trabajé intentando hacerlo lo mejor posible.
Quiero exculparme por no haber dedicado, en algunas ocasiones, todo el tiempo que me demandaban para escucharles, pero las listas de espera, el estrés y la falta de tiempo me han obligado a estas limitaciones.
Me despido con una cierta nostalgia, pero con la satisfacción del deber cumplido. Siempre les recordaré con mucho afecto.
Generoso Gómez