Hace más de veinte años se abordó la reforma de la psiquiatría; algunos aspectos fueron plenamente acertados: cerrar los grandes centros donde ingresaban casi de por vida los pacientes, o tratar de reintegrarlos a la sociedad. Los principios siguen siendo absolutamente válidos.
Ahora bien, el tiempo ha demostrado que existe un elevado número de enfermos psiquiátricos a los que la reforma no ha resuelto el problema. Es más, a este grupo con patologías severas, mala respuesta a las diversas terapias, y dificultades de convivencia, le hemos relegado al olvido (social). Este colectivo suele tener tres destinos: ser cuidados por su familia, condenando muchas veces a ésta a un esfuerzo sobrehumano y en ocasiones a terminar los familiares mismos como pacientes psiquiátricos; engrosar el batallón de los vagabundos callejeros, o dar con sus huesos en una cárcel.
Aunque naturalmente no todos los pacientes graves respondan a este apunte, el problema es de una magnitud considerable, el sufrimiento entre sus próximos es terrible, y queda en cuestión la capacidad y la solidaridad de la sociedad para dar una atención adecuada a estos enfermos.
Esta atención se enmarca claramente en la llamada asistencia socio-sanitaria.
Las soluciones, sin duda, son plurales: reforzar la atención psiquiátrica, aumentar el número de trabajadores sociales, incrementar los centros de trabajo e integración específicos, … Y también crear centros de media-larga estancia psiquiátrica para cuando el ingreso sea la única alternativa.
La Consejería de Sanidad debe dar una respuesta clara y eficaz en este sentido; hacen falta esfuerzos y centros en este terreno; el mero traslado de camas psiquiátricas hecho hasta ahora no es ninguna solución.
Miguel González Hierro. El Adelanto 14 Octubre de 2000