Los dos últimos meses, por primera vez en mi vida, he tenido que dejar de ser médico y aprender a ser enfermo. Durante este periodo he sido paciente de los servicios de Medicina Interna, Cirugía y Hematología, y he precisado de servicios centrales como Anatomía Patológica, Laboratorio, Radiología, Medicina Nuclear, o Farmacia, así como del Hospital de Día, es decir que he conocido como paciente prácticamente todo el hospital y he podido vivir de cerca como funciona «la máquina» cuando se pone en marcha.
Quienes me conocen personal o profesionalmente saben que soy un defensor de la sanidad pública a la que he dedicado todo mi ejercicio profesional, pero ahora como paciente (no me gustan las palabras cliente o usuario que están ahora tan en boga) he podido comprobar la eficacia del sistema sanitario público y la dedicación, profesionalidad y entrega de todos sus profesionales, lo que sin duda me reafirma aún más en mi convicciones.
Es posible que en mi caso exista un plus de motivación por parte de todos mis compañeros (a quienes quiero desde aquí darles las gracias por su amistad, solidaridad y profesionalidad), pero creo que esa motivación la tenemos con todos los enfermos y, en todo caso, aumentar la motivación actual y hacer que llegue al máximo con todos y cada uno de los pacientes debería ser el objetivo de quienes gestionan el sistema sanitario público.
Los ciudadanos en general y los enfermos en particular no sabemos valorar el sistema que tenemos ni el coste de la asistencia que recibimos, especialmente cuando se trata de procesos graves, y quizás por ello somos tibios en la defensa tanto del sistema como de sus profesionales (sin la dedicación de estos no funcionaría). Sería una lástima que solamente fuéramos capaces de valorarlo cuando lo hubiéramos perdido. Defender el sistema es defender el mejor y más solidario bien público que compartimos y que más pronto o tarde todos necesitamos.
Miguel Barrueco. El Adelanto 5 Agosto 2006