Los que se preocupan por el bienestar, no sólo quieren mejorar la salud, en sentido localista, es decir personas y circunstancias que nos rodean, sino de toda la población: la del «mundo mundial» que diría Manolito, en base a que tengamos las mismas oportunidades de disfrutar de forma igualitaria de los servicios sanitarios, como ocurre en nuestro país. En esa mayoría entran los asiáticos, los africanos… los que vienen a nuestro lado, los que se quedan en el suyo y también los americanos, esos, los del Estado más influyente del mundo que han tenido un final esperanzador, tras una larga campaña electoral en la que por cierto se ha comentado muy poco algo tan esencial en la vida diaria como son los programas de salud.
Ocurre, además, en el marco de un país donde un gran número de personas no alcanza la mínima cobertura sanitaria, donde las inequidades a la hora de la asistencia reflejan el empobrecimiento moral del Estado más poderoso del orbe. Está claro que no todo es Houston; tal vez las grandes aseguradoras y las industrias farmacéuticas estén por encima de los derechos individuales de la protección de la salud, y como siempre los más perjudicados suelen ser los más desfavorecidos socialmente.
Parece que vienen aires de privatización a nuestra sanidad pública, de forma sibilina y encubierta ya está ocurriendo en algunas comunidades autónomas desde que la gestión uniforme del Estado pasó a las decisiones más interesadas de las diferentes regiones. Suena con frecuencia la fragmentación de servicios en hospitales de la red pública, incremento de conciertos, subcontratas etcétera, que para los ciudadanos repercutirá en un aumento de la desigualdad y sobre todo en una pérdida del control del sistema. Curiosamente un gran porcentaje de los perceptores actuales (76,2%) frente a un (9,6%) se manifiestan en que la asistencia sanitaria debe seguir siendo pública.
Esperemos que la crisis no sea excusa para acelerar este proceso. Sinceramente, en cuestión de prestaciones sanitarias prefiero las nuestras a las de EEUU, para mí y mis vecinos.
Ocurre, además, en el marco de un país donde un gran número de personas no alcanza la mínima cobertura sanitaria, donde las inequidades a la hora de la asistencia reflejan el empobrecimiento moral del Estado más poderoso del orbe. Está claro que no todo es Houston; tal vez las grandes aseguradoras y las industrias farmacéuticas estén por encima de los derechos individuales de la protección de la salud, y como siempre los más perjudicados suelen ser los más desfavorecidos socialmente.
Parece que vienen aires de privatización a nuestra sanidad pública, de forma sibilina y encubierta ya está ocurriendo en algunas comunidades autónomas desde que la gestión uniforme del Estado pasó a las decisiones más interesadas de las diferentes regiones. Suena con frecuencia la fragmentación de servicios en hospitales de la red pública, incremento de conciertos, subcontratas etcétera, que para los ciudadanos repercutirá en un aumento de la desigualdad y sobre todo en una pérdida del control del sistema. Curiosamente un gran porcentaje de los perceptores actuales (76,2%) frente a un (9,6%) se manifiestan en que la asistencia sanitaria debe seguir siendo pública.
Esperemos que la crisis no sea excusa para acelerar este proceso. Sinceramente, en cuestión de prestaciones sanitarias prefiero las nuestras a las de EEUU, para mí y mis vecinos.
Antonio Julián.
Pubicado en «El Adelanto», 22 Noviembre 2008