La RAE define el edadismo como: “Discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas”. Es un término que, de la mano de Robert Butler, surgió en los años 60 (‘ageism’) para destacar los estereotipos y prejuicios en relación con la edad.
Esta forma de discriminación puede ir acompañada de otras, como sexismo (la mayoría de los adultos mayores son mujeres), minusvalía (por las enfermedades y déficits funcionales que se sufren en estas etapas de la vida), precariedad económica, brecha digital, etc. Pero vamos a poner nuestro foco de atención en el edadismo que se produce en la asistencia sanitaria, a veces muy sutil, como que en la historia clínica electrónica se identifique con un icono que representa al hombre o la mujer con un bastón cuando cumplen 75 años.
No me voy a referir a la situación vivida durante la pandemia de covid-19, cuando este grado de discriminación alcanzó niveles intolerables que requieren una reflexión profunda por parte de la clase política, el sistema sanitario y la sociedad en general. El edadismo existía antes de la pandemia y persiste después de la misma. Tanto la ONU como la OMS, la CEE, diversas organizaciones y, por supuesto, nuestro Ministerio de Sanidad, hacen referencia a ello en diversos informes.
Así, un informe del Ministerio de Sanidad dice que trabaja “para erradicar el edadismo o prejuicio sobre la edad como forma de maltrato discursivo contra las personas mayores, a través de la promoción del envejecimiento activo y saludable en el marco de la Estrategia de Promoción de la Salud y Prevención en el Sistema Nacional de Salud”.
Ha advertido del “error que supone tratar a un grupo de población de manera homogénea por criterio de edad y de la importancia de tener en cuenta que la vejez se caracteriza por una gran diversidad y que la capacidad física y mental de una persona no viene determinada por una edad cronológica, sino por su capacidad funcional”.
Los adultos mayores son sujetos de pleno derecho, y se les debe hacer partícipes en la toma de decisiones sobre los temas relacionados con su salud.
Ejemplo de edadismo es la toma de decisiones terapéuticas marcadas únicamente por la edad cronológica, sin tener en cuenta la edad biológica ni la capacidad funcional o la fragilidad del paciente. Durante la pandemia, con la atención sin presencia a los pacientes en los centros sanitarios (consultas telefónicas), se acentuó esa circunstancia. Se tomaron decisiones simplemente por la edad cronológica, al no poder observar directamente la capacidad funcional del paciente cuando no era atendido por su médico habitual.
Desgraciadamente, vemos cómo se desestima la realización de determinadas pruebas diagnósticas o tratamientos en función de la edad, con la justificación de optimizar el gasto sanitario. Esto vulnera el derecho a la igualdad (art CE14), el derecho a la salud (art CE 43) y el derecho a la vida (art 15 CE). Ello implica dar mayor valor a unas vidas sobre otras en base a una utilidad social, dando por hecho que, a partir de determinada edad, las personas no son rentables para la sociedad e implícitamente son consideradas como una carga.
Otro ejemplo es adoptar actitudes paternalistas, como atribuir todos los problemas que padecen a “cosas de la edad”, o no dar las explicaciones oportunas a estas personas, dirigiéndonos al acompañante o cuidador, como si el paciente no estuviese presente, dando por hecho que no tiene capacidad para entender el problema que padece o los cuidados o tratamientos que necesita. Agarrarnos al hecho de la pérdida auditiva o visual o al deterioro cognitivo que puedan tener para no informarles a ellos directamente, sin intentar adaptarnos a su discapacidad para hacernos entender.
También no facilitar el cuidado en su domicilio habitual ni proporcionar soluciones para que permanezca en su vivienda, forzando su ingreso en una residencia.
La llamada “brecha digital” ha venido a introducir un elemento más de discriminación. En el plano sanitario, el hecho de priorizar el uso de determinados medios para acceder a la asistencia sanitaria (solicitud de citas por aplicaciones, teléfono, email, etc.) deja fuera a gran parte de este colectivo, que no tiene conocimientos sobre el manejo de estas tecnologías, ni modo de acceder a través de las mismas, para solicitar o recibir asistencia sanitaria.
Debemos eliminar los prejuicios que, soterradamente, se tienen sobre este grupo de edad. La vejez no es en sí misma una enfermedad, como no lo es tampoco la adolescencia o el embarazo, por ejemplo. Es una situación con una problemática determinada que requiere un abordaje adecuado. Es preciso no aislar a este colectivo. Mantenerlo integrado en la comunidad, favorecer la relación y el contacto intergeneracional, que es beneficioso para todos.
Disminuir el edadismo mejora la salud de este colectivo, y mejorar su salud, en términos de utilidad, es más rentable para la sociedad. Y, teniendo en cuenta el envejecimiento de la población, que será mucho mayor en los próximos años, hay que mantener y fomentar aquellas medidas que permitan mantenerse en las mejores condiciones, tanto mentales cómo físicas, a este grupo de edad.
No nos jubilamos de la vida a los 65 años, aunque a nivel laboral sea así (situación cuestionable que habría que matizar). Considero que potenciar la atención comunitaria ayudaría mucho en este caso.
Luz María Martínez