Maria está nerviosa, ha terminado un largo proceso, de meses o años. A sus 75 años, con un marido anciano a su lado y sin hijos disponibles, vivía tranquila en su pequeño pueblo, hasta que se agudizaron los dolores de rodilla. Tuvo que ir a su médico, de este al traumatólogo, después a una prueba diagnostica a la capital, vuelta al especialista de huesos, a continuación la consulta con pruebas de anestesia, acabando en la mesa de operaciones del hospital, para después del alta, nueva revisión para mandarla al rehabilitador que le aconseja varias sesiones de recuperación con sus correspondientes desplazamientos.
Pasea por el pueblo con su bastón y repasa los últimos meses vividos: los viajes dificultosos (no hay buenas comunicaciones, ni siquiera autobús regular), las consultas unas veces tan temprano que tienen que pernoctar el día antes en la ciudad y otras tan a última hora que pierde la comunicación de vuelta a su hogar, las continuas citaciones por teléfono hacen que mantengan la preocupación diaria por si les llaman, pues tienen la dificultad del manejo propia de su edad; los tratamientos e indicaciones a seguir no siempre están adaptados a su entorno.
¿Realmente su calidad de vida va a mejorar tanto que merezca ese precio? ; sería más lógico personalizar (adaptar) todas estas actuaciones en el menor tiempo posible, evitando desplazamientos y trabas (puede que sea humanizar la asistencia) aunque vaya en detrimento del orden de las estrictas listas de espera, que se suelen romper por los más avispados.
Son personas conformistas y no lo van a demandar, pero si buscamos su bienestar hay que dar solución a esos problemas, que parecen insustanciales, pero que condicionan de manera importante la vida diaria, tanto que da la impresión que vivimos para mantener la enfermedad en vez de luchar contra ella.
Pero realmente por lo que está nerviosa Maria es porque le ha empezado a doler la otra pierna.
Antonio Julián. El Adelanto 8 Septiembre 2007