Ayer te vi. Esperabas a la puerta del supermercado, sosteniendo un cigarro al que dabas las últimas caladas apresuradas antes de tirarlo al suelo y apagarlo bajo tu zapato. Me gustaría ir y decirte que deberías dejar de fumar. Pero sé que es inútil. Eso ya lo sabes. Has oído cientos de veces lo perjudicial que es para la salud. Si te insisto mucho quizás termines por soltarme «de algo hay que morirse». Pero ¿sabes qué? Eso decía mi madre cuando yo era niña. Y te aseguro que no quería morirse a los 59 años.
Hoy hace un año que me llamó y, entre lágrimas y sollozos, me dijo que un TAC confirmaba que la tos y fatiga que llevaba sintiendo las últimas semanas, nada tenía que ver con un catarro sin más. Hoy hace un año que comenzó su infierno. Y el mío. Y el de su madre, mi hermano, mis tíos… porque un cáncer de pulmón sacude a toda la familia como si fuera una bomba con metralla.
Se siguieron ocho meses de quimioterapia. Si bien los primeros ciclos mejoraron su estado general, a partir del cuarto todo fue de mal en peor. La caída del cabello no es nada. Perdió el tacto, la voz, el apetito, el equilibrio, el oído… Pasaba las horas sentada en el sillón sin casi poderse mover por la debilidad. Pasapalabra, Saber y Ganar, Amar es para siempre… llegas a odiar todos los programas y series de televisión. Quizás afirmes «yo no pasaría por eso, prefiero que me seden»; pero no es verdad. Pasarías por todo lo que haga falta, porque amas la vida. Porque cuando estás en una situación así, te das cuenta de que es lo único que realmente tienes, y lucharás por ella hasta el final.
Quizás fantasees con la idea de hacer un gran viaje, o con las cosas que dirías a tus seres queridos en tu lecho de muerte. Pero si llega el momento, probablemente estés cansada, deprimida y dolorida, y lo único que te apetecerá será estar sola.
Puede que al final acabes perdiendo el sentido del tiempo y del espacio, sin saber dónde estás o si es de día o de noche. Estarás confundida, y les dirás cosas a tus hijos que nunca podrán olvidar. Yo siempre recordaré cuando, a dos meses de su muerte, mi madre me miró con su cara más tierna, y con la ingenua sinceridad de un niño me preguntó: «si acepto el tratamiento paliativo, ¿podré conocer a mis nietos?» y la realidad cayó sobre mi como una losa. Supe que ella se llevaba ese asunto pendiente a la tumba, y que mis hijos, cuando los tenga, jamás conocerán a su abuela. Una abuela que, no me cabe ninguna duda, sería maravillosa, igual que lo fue como madre.
Y eso que ella había dejado de fumar hacía 6 años. Fue demasiado tarde. El tabaco mata. Y mata de verdad. Hay que dejarlo, y hay que hacerlo cuanto antes. Así que mientras te veo aplastar esa colilla con la punta del pie, deseo de corazón que sea la última vez.
Alicia Alonso
Asociación para la defensa de la sanidad pública de Salamanca
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