Defendemos el sistema público de salud, y así debe seguir siendo. Cantamos sus excelencias –que son muchas-, procuramos que aumente la calidad, la equidad y la inversión en sanidad, denunciamos los ataques o el socavamiento a lo público, intentamos impedir que lo infecten intereses espurios, y procuramos una intervención pública que sea efectiva en esta defensa de uno de los pilares de nuestra sociedad.
En general nos alegran nuestros análisis y nos congratulamos cuando encontramos opiniones coincidentes.
Ahora bien, a veces conviene un baño de crudeza. No todo el mundo está satisfecho con nuestro sistema sanitario. La mayoría de esta gente insatisfecha o incluso muy crítica con sus carencias, es gente normal y corriente.
Cuando escribo algún artículo de opinión sobre el sistema de salud, pretendo y prefiero hacerlo en este sentido, valorando cual puede ser la percepción del ciudadano normal sobre aspectos del sistema sanitario que yo percibo desde una posición posiblemente privilegiada.
Evidentemente no es, no puede ser, igual la experiencia de los que nos dedicamos profesionalmente a la sanidad, que aquellos que acceden desde la sociedad civil, de forma anónima.
Valorar positivamente un sistema que conoces desde dentro, donde se tiene capacidad de solucionar incidencias, de contrastar opiniones o solicitar alguna ayuda, en definitiva donde se tienen los medios y conocimientos para eliminar de forma relativamente sencilla incertidumbres sobre problemas de salud, es natural.
Pero me pongo en la piel, empatizo, con el ciudadano de a pie, que no conoce el sistema, que no tiene conocimientos médicos, que no conoce a ningún profesional con el que cambiar impresiones. Y cuando surge un problema de salud serio, que no grave, a veces se encuentra con incertidumbres, con déficit de información, con dudas sobre qué tengo y cómo evolucionará, con temores, con angustias que muchas veces no somos capaces de atender, que a veces ni sospechamos. Este es el caldo de cultivo para la crítica feroz al sistema público, para el acceso a la medicina privada, para buscar ayuda fuera del sistema y consecuentemente, cuestionarlo.
Muchas veces se recurre para evitar estas angustias a conocidos, amigos, familiares que trabajan en el servicio de salud, generándose un sistema paralelo. Pero esto –como decía Javier Krahe- es otra canción.
Cuando la gente corriente tenga solucionadas estas incertidumbres dentro del sistema público, sin recurrir a favores o mecanismos impropios, el sistema será inexpugnable. Será la gente corriente quien lo defienda.
Miguel González Hierro