Desgraciadamente el accidente nuclear acontecido en Japón ha confirmado una vez más la peligrosidad de la utilización de la energía atómica para fabricar electricidad y cómo ningún país está libre de aquel peligro. Esta vez el desastre ha ocurrido en uno de los países tecnológicamente más avanzados del mundo pero ni la tecnología ni el dinero han podido evitar el riesgo derivado de la fuga radioactiva.
Las consecuencias de los accidentes nucleares sobre la salud de la población están sometidas a controversia porque es muy difícil evaluar la dosis de radioactividad a la que es expuesta dicha población. Después de HARRISBURG (1979) y de CHERNÓBIL (1986) se han detectado aumento de malformaciones congénitas, de cánceres y de enfermedades psicológicas debidas al estrés sufrido por las personas.
El accidente de Fukushima ha provocado la fusión parcial de tres reactores y emisiones procedentes de la piscina de combustible gastado del reactor número 4. Las emisiones de tritio, yodo y cesio están superando la magnitud de la central americana y alcanzan niveles entre el 10 y el 50% de las emitidas en Chernóbil. Sus efectos sobre las personas están aún por determinar. La prensa informa que la radiactividad de la leche y las verduras supera los niveles permitidos a unos 40 km de la central y se han registrado puntos contaminados en el terreno con más de 3.000 veces la contaminación de cesio-137 permitida. La vida media de este isótopo es de 30 años, lo que significa que tardará unos 300 años en desaparecer. Además el agua contaminada por la refrigeración de los reactores se ha vertido al mar, ello hace imprescindible el control del pescado y los moluscos.
Los graves problemas de seguridad no resueltos a día de hoy, sin contar otro tipo de asuntos como el almacenamiento de los residuos deberían hacer reflexionar a los gobiernos y al lobby pronuclear de la peligrosidad del mantenimiento de las centrales nucleares.
Mª Teresa Muñoz. el Adelanto 2 Abril 2011