La Medicina moderna está fundamentada en la Ciencia; la Medicina medieval era menos poderosa, pero era más importante, pues se basaba en la ética» (John Herman Randall).
James Le Fanu es un médico generalista británico, ya jubilado, más conocido por su faceta de articulista y escritor de libros. Ya hace unos años, reflexionaba sobre el auge y la caída de la Medicina. Según su criterio, la época de auge no llegaría más allá de los años 70 del pasado siglo. Después vendría una larga etapa de caída (decadencia), según él, fácilmente perceptible por los siguientes hechos:
1.- La desmotivación de los médicos, que atribuye especialmente a la rutina del ejercicio médico de los especialistas (ejercicio a veces tan espectacular al inicio y tan predecible después) y la falta de perspectiva de nuevas técnicas diagnósticas o terapéuticas realmente rompedoras.
2.- El aumento de la preocupación de los ciudadanos por su estado de salud; este hecho, que ha aumentado de forma exponencial, agrava además la desmotivación de los médicos, obligados a atender a muchos supuestos pacientes que en realidad están sanos.
3.- El auge de las denominadas medicinas alternativas.
4.- El incremento exponencial de los costes de la Medicina, en gran medida debido al uso y abuso de la tecnología, y no tanto a la demanda de atención de los pacientes mayores, frágiles y pluripatológicos.
Coincidiendo con reservas con lo escrito por Le Fanu (sin duda en los últimos años ha habido descubrimientos médicos que suponen innegables avances), aquí y ahora podríamos añadir dos hechos más que apoyarían esta visión pesimista de la situación de la Medicina. El primero sería la falta de recursos en el sector, motivada por los recortes que siguieron a la crisis económica que se inició hace una década y que ha motivado un retroceso en la calidad de la atención sanitaria (puesta de manifiesto, sobre todo, por el aumento, tantas veces intolerable, de las listas de espera), además de un incremento de la desmotivación de los profesionales, sobrecargados de trabajo e insatisfechos por no poder realizarlo con la calidad que ellos desearían.
El segundo sería el interés de las grandes empresas por entrar en el negocio de la enfermedad; si bien ello podría interpretarse como un dato a favor del nuevo auge de la Medicina (un sector con mucho poder se preocupa por ella), también puede interpretarse en otro sentido, y ello debido a los frecuentes fracasos de estos negocios, que al final tiene que pagar toda la sociedad (recordar casos como Alcira), y sobre todo a que suponen aumentar la desigualdad en el acceso a la atención sanitaria, haciendo patente la «ley del cuidado inverso» de aquél otro insigne –y añorado– generalista británico, Tudor Hart, ley que dice que siempre recibe más cuidados el que menos los necesita, y a la inversa.
Se podría apuntar también otro nubarrón en la perspectiva futura para el prestigio de la Medicina, y es la introducción de los robots en sustitución de algunos profesionales médicos, pero ese es otro tema.
Con una experiencia que ya supera los 40 años de ejercicio médico, solo encuentro una salida a esta supuesta decadencia del hacer médico, y es volver a las raíces y añadir a todos nuestros conocimientos y técnicas nuevas lo que Albert Jovell denominó Medicina Basada en la Afectividad, y recordar siempre que, en todo momento, el médico, si puede curar, debe curar, pero si no puede curar debe aliviar, y si ni siquiera puede aliviar, siempre puede y debe consolar.
Aurelio Fuertes