En estos momentos, los profesionales de la salud estamos también preocupados por las consecuencias del COVID 19 sobre la salud mental.
En muchos casos se han interrumpido tratamientos y supervisiones de los pacientes más graves pero, sobre todo, hay un aumento de trastornos de ansiedad y depresiones, marcados por una “ansiedad anticipatoria”: el miedo y las preocupaciones sobre lo que pueda pasar en un futuro inmediato. Miedo al contagio, que a veces lleva a adoptar las medidas hasta extremos patológicos (los rituales de los trastornos obsesivo compulsivos) o miedo a enfermar y a sus consecuencias (“quién me va a atender”, “no voy a poder atender”, “me puedo morir”). Pero también miedo a perder el trabajo, el negocio, o simplemente a no tener para comer. Otro factor es el confinamiento que se ha adoptado para combatir la transmisión y que origina la suspensión de mecanismos que nos ayudaban a mantener nuestro bienestar, nuestras actividades rutinarias, las relaciones sociales, el poder compartir espacios y preocupaciones. El confinamiento ha provocado en nosotros un distanciamiento, una disminución de las expresiones físicas de aprecio y en muchos casos la soledad total.
Todos los expertos coinciden en aconsejar, para sobrellevar este período, que se haga ejercicio físico en casa, que se mantenga un horario de actividades fijando un espacio de tiempo para la información (no sobrecargar), mantener contactos telefónicos y telemáticos y compartir las preocupaciones. En relación con esto los solidarios y justos aplausos de las ocho tenían una clara utilidad: compartíamos con nuestros vecinos un tiempo con un objetivo común, nos saludábamos en la distancia, se establecían relaciones, e incluso a veces actividades comunitarias.
Sin embargo, en estos momentos hay una reacción destinada a acabar con esta actividad de la que todos pueden participar y que, por eso mismo, es justa y saludable. Algunos medios de comunicación y redes sociales alientan actitudes que potencian los miedos (crespones, declaraciones catastrofistas o que generan inseguridad) que originan protestas hacia los trabajadores esenciales, discusiones, o boicot de las expresiones de solidaridad.
Nadie niega que puede haber, y hay, dudas y críticas hacia las estrategias adoptadas, pero creemos que por el bien de nuestro bienestar psíquico, no nos debemos dejar arrastrar por intereses espurios ni abandonar aquellas actividades que nos permiten expresar, y sentir, una solidaridad necesaria y justa.
Esperanza González Marín