A raíz de la publicación en ‘Salud a Diario’ de la columna sobre la formación de los alumnos en las facultades de Medicina y las academias MIR, en la que analizaba el impacto negativo que tienen estas últimas en los programas docentes de las facultades y en la que proponía como una solución provisional, a la espera de reformas de mayor calado en los planes docentes, adelantar la fecha de examen MIR, mi compañera Gloria Alonso, médico del hospital y columnista en ‘Salud a Diario’, me comentaba que con la formación que reciben los alumnos en las facultades no podrían enfrentarse al examen con garantías.
Me proponía un símil que me ha hecho reflexionar: los concursos televisivos sobre cultura general no los gana la gente más culta, los gana gente que se ha profesionalizado en este tipo de concursos y dedica mucho tiempo a aumentar conocimientos y, sobre todo, a preparar el método.
Es cierto que algo parecido sucede con el MIR: no siempre los que sacan las mejores notas serán, presumiblemente, los mejores médicos, y ello es así porque la prueba solo vale para establecer puntos de corte, para discriminar, pero no es válida para valorar conocimientos y mucho menos aptitudes y actitudes, que son muy importantes para ser un buen médico.
No obstante, sigo pensando que realizar el examen MIR al finalizar el curso académico es una buena idea por varios motivos.
El primero, porque sería más justo desde el punto de vista social. Evitaría un gasto muy elevado a las familias de alumnos que no pueden permitirse, o lo hacen con grandes sacrificios, financiar la academia después de haberse sacrificado para que sus hijos estudien Medicina.
En segundo lugar, porque los alumnos de todas las facultades estarían en las mismas condiciones: se les examinaría de lo que han aprendido durante seis años en todas y cada una de las facultades de Medicina. El factor diferencial sería la formación que imparte cada facultad, y no la preparación de las academias. Ello, además, permitiría juzgar directamente la formación que imparten las facultades y, entonces, el examen si sería un ranking de la calidad docente.
El tercer motivo es que, al cambiar la filosofía del examen, éste debería modificarse para pasar de ser un simple procedimiento de establecimiento de puntos de corte para ajustar la demanda a la oferta de plazas, a ser un examen más lógico y racional que permitiera valorar aspectos esenciales de la formación médica que ahora no incluye.
Sin duda es un problema de difícil solución por la cantidad de interlocutores e intereses implicados, y exige un cambio de cultura. Si se está debatiendo el tema de la troncalidad, es decir, si pretendemos reformar la casa por dentro, quizás tampoco estaría mal reformar la puerta de entrada a la casa.
Miguel Barrueco