En un sistema sanitario público y universal las listas de espera son el mecanismo regulador entre la oferta y la demanda (en sanidad, esta última siempre superará a la primera). En uno privado, el factor regulador de la demanda es el poder económico; no hay esperas pero no toda la población tiene acceso a cuidados de salud. Las listas de espera no tienen por que ser un problema en si mismas; es más pueden ser un elemento que ayude a planificar la actividad médica. El problema surge cuando su gestión no existe o es incorrecta, originando esperas inasumibles y riesgos al paciente.
Fijar la disminución o eliminación de las listas de espera como objetivo prioritario y aislado, es simplificar drásticamente la génesis y manejo de éstas, supone también la renuncia a entrar en los complejos y sensibles mecanismos que las producen e impiden su adecuada gestión. Presentar su reducción como un logro espectacular, al margen de no ser facilmente comprobable, no hace sino abundar en este enfoque simplista.
En general, el número de consultas y urgencias crece por encima del incremento de la actividad quirúrgica, así, potencialmente aumentarían las listas de espera; al anunciarse que disminuyen, es comprensible que se piense en su maquillaje, en demanda sumergida, en listas cerradas a un plazo determinado o en demoras en la inclusión de pacientes. Nada se dice del severo aumento de las demoras para consultas y pruebas diagnósticas.
Además, las soluciones adoptadas para esta disminución de listas quirúrgicas («peonadas», conciertos …) no han pasado por analizar si el rendimiento ordinario es el óptimo; con ello pueden estarse presentado hoy unos resultados aparentemente satisfactorios, a costa de enturbiar el futuro del sistema.
Miguel González Hierro. El Adelanto 8 Febrero de 2000