Estremecido, todavía incrédulo con el asesinato masivo que se acaba de cometer, claro que no puedo más que, como todos los biennacidos, estar de luto y hablar no de sanidad sino de la atrocidad terrorista.
Escribo estas lineas recién ocurrido el atentado más salvaje de los monstruos sin alma, de la inhumanidad hecha carne, de ETA. No puedo imaginar, no se me alcanza, la maldad reconcentrada de estos criminales. Posiblemente en los próximos días comencemos a ser aún más conscientes de la atrocidad cometida, del alcance y de sus consecuencias. Conmocionados, todos pensamos que algo tiene que cambiar.
Estoy con las víctimas, me duele y lloro con ellos, no tenemos palabras para consolarlos; yo también me siento una víctima. Ahora el luto, la tristeza, el desamparo, la incomprensión de un hecho tan brutal, tan masivo.
Luego, la intolerancia absoluta con los terroristas, intolerancia extrema contra ellos y contra todo atisbo de cobertura política o intelectual de esa miseria.
Serenidad, si. Aunque la rabia te invada. Pero si queremos vivir en paz, más democracia, más consideración a las víctimas del terror, más justicia, más estado de derecho, pero ni un ápice de comprensión a los criminales y a los que les cobijen.
Me siento uno más de los asesinados y heridos el 11 de marzo en Madrid. Ni perdón ni olvido.
Miguel González Hierro.
Publicado en El Adelanto, 13 Marzo 2004