La sanidad madrileña está en pie de guerra. Y no es para menos: la paulatina destrucción de la sanidad pública que la Comunidad de Madrid lleva perpetrando desde hace años ha alcanzado un sumun a raíz de la pandemia.
Urge preguntarnos qué tipo de sanidad queremos. Yo considero indiscutible que la mejor sanidad debe de ser universal y de financiación pública, para garantizar que toda la población tenga acceso al derecho a la salud.
Gestionar la sanidad no debe de ser nada fácil. De hecho, cada país tiene su propia estrategia. Para tener un sistema eficiente y sostenible, es esencial saber discernir los gastos necesarios de los prescindibles. Si puedes conseguir un objetivo (por ejemplo, el diagnóstico de un paciente) con 10 minutos de consulta con el médico, no es eficiente que el profesional solo disponga de 1 minuto y, en cambio, realice 3 pruebas diagnósticas que cuesten 2.000 €. Por ello, desde nuestra plataforma siempre hemos defendido la potenciación de la atención primaria como motor y punto de partida del sistema.
La gestión puede plantearse de distintas maneras: un presupuesto fijo para el hospital, o presupuestos adaptados dependiendo, por ejemplo, de objetivos a cumplir. En mi opinión, la selección de estos objetivos debe ser cuidadosamente evaluada, evitando ciertos incentivos perversos que conducen a un gasto elevado sin que el paciente se beneficie, o incluso pudiendo perjudicarle.
Por ejemplo, cuando se tiene en cuenta cantidad por encima de otros factores, como complejidad o calidad; un ejemplo fácil sería un cirujano que cobra por número de operaciones realizadas: si en su decisión de operar o no operar entra el factor económico, hay un gran riesgo de que termine haciendo operaciones que no son realmente necesarias. Lo mismo sucede con las pruebas diagnósticas: si el hospital recibe dinero (del Estado, en el caso de la sanidad pública, o de las aseguradoras, en el caso de la privada) por cada prueba realizada, probablemente muchos pacientes serán sometidos a pruebas innecesarias.
Lo que más me alarma de esta situación es que la población es totalmente ajena a ella. La mayoría de pacientes piensan que “cuantas más pruebas, mejor”, mientras que la realidad es que, cuando realizamos estudios innecesarios, corremos el riesgo de encontrar hallazgos inespecíficos que generan una espiral de pruebas y más consultas y provocan en el paciente una situación de ansiedad y preocupación que podría haberse evitado.
Debemos luchar para que nuestro sistema ponga el interés (y el dinero) allí donde sea necesario, y que huya de este tipo de incentivos que no hacen sino encarecer el sistema y perjudicar a sus usuarios.
Alicia Alonso