Una llamada del 112 nos alerta, debemos acudir a un domicilio donde se encuentra una persona muerta. No tenía historia en nuestro centro de salud. Sin disponer de ningún dato en ese momento acudimos a la casa. Nos abre un varón de mediana edad quien nos dice que ha encontrado a su padre muerto. Había acudido a la casa al no contestarle al teléfono. El muerto era un anciano alrededor de los 80 años, quien, a pesar de llevar dos años residiendo en nuestra zona, nunca había acudido al centro de salud ni tenía médico asignado en nuestro centro. Al parecer, se había trasladado a esa vivienda de alquiler al fallecer su esposa. Quería estar cerca de una hermana que vivía cerca.
El anciano se encontraba sentado en un sofá, las gafas posadas sobre el asiento a su lado y parecía dormido. Delante una mesita baja sin nada encima, enfrente un mueble de comedor modular donde sólo había un televisor, apagado en ese momento, no sabemos si estaba encendido cuando llegó su hijo. Ningún otro objeto, ninguna foto, nada que hiciera pensar que había vivido allí durante 2 años. La casa se veía limpia, casi aséptica. Encontramos el resguardo de una receta, la fecha era de hacia un año, por ella presumimos que era diabético. Una caja de ansiolíticos fue la única medicación que encontramos. Su hijo no supo decirnos qué enfermedades tenía ni qué tratamiento realizaba.
En su historia clínica no había ninguna anotación en los últimos 2 años. Nos conmovió la SOLEDAD, así con mayúsculas, que nos transmitía la situación.
En los últimos meses en nuestra zona hemos tenido varias muertes de personas que viven solas, algunas, por fortuna, descubiertas a las pocas horas del fallecimiento por algún familiar, amigo, trabajadora de ayuda a domicilio. Pero en dos ocasiones la persona llevaba fallecida más de un mes y nadie la había echado en falta.
¿Qué tipo de sociedad estamos creando?, ¿dónde está la estructura familiar donde los abuelos vivían en el núcleo familiar acompañados y atendidos? Los ancianos nos estorban, nos molestan y los dejamos a su suerte. Da igual que tengan o no hijos, esto último no garantiza que estén atendidos.
Día a día atendemos en nuestras consultas ancianos y ancianas de elevada edad que viven solos, en el mejor de los casos, con una ayuda a domicilio a todas luces insuficiente. Acuden a nuestra consulta una y otra vez con cualquier disculpa buscando amparo y consuelo. Se resisten a abandonar su hogar y su vida y al final, cuando las cosas se complican, acaban ingresando en una residencia.
Nuestra sociedad está envejecida y debemos buscar una solución que garantice una asistencia a la población mayor o que viva sola. Esto implica a la sociedad en su conjunto tanto como a las instituciones. Debemos ser más solidarios, interesarnos por las personas de nuestro entorno, avisar a la familia o a los servicios sociales cuando detectemos una situación de riesgo.
Nos urge encontrar una solución que pueda satisfacer las necesidades de esta población, que cada día va aumentando, facilitando que puedan seguir viviendo en su domicilio con una buena cobertura social, enfermeras /os comunitarios, ayuda a domicilio,… y una sensibilización ciudadana de ayuda y colaboración. Es importante garantizar una buena muerte, pero más importante es proporcionar una buena vida. Llenar sus días, proporcionar compañía, asistencia sanitaria basada sobre todo en cuidados. Y que puedan morir en su cama acompañados y si fuera posible de alguien que les quiera.
Luz María Martínez Martínez