Cambiar como una forma de crecer, de madurar, de mejorar. En general todos asociamos el cambio a esos conceptos.
Tras las últimas elecciones puede haber cundido una cierta sensación de continuidad lindante con la ausencia de movimiento. Esta impresión, extendida en algunos ámbitos, lejos de ser sorprendente debería resultar lógica.
Los cambios no devienen de los resultados electorales, sino que son fruto de los movimientos sociales, de la inquietud de una colectividad, del proceso social de creación de opinión, de la cocción sociológica de inquietudes, nuevas necesidades y expectativas. Más bien al contrario, los resultados electorales son expresión de los valores del cuerpo social.
Entiendo que un colectivo conservador no es el que vota a agrupaciones políticas de carácter conservador, sino que el que mantiene durante largo tiempo situaciones inalteradas. Este inmovilismo social, entendible por el innato temor humano a los cambios, puede explicar los resultados electorales y legitima las políticas tranquilas o de mínimo cambio.
Naturalmente que en este análisis, casi simplista, del cambio habría que tener en cuenta las ofertas de cambio o mejora que otros proponen y que pueden no resultar atractivas, sugestivas, creíbles o más útiles, pero la intención de esta reflexión se orienta no a explicar los resultados electorales, sino al, no sé si intrínseco, carácter conservador de nuestra sociedad regional y extender el análisis al campo sanitario.
Mientras la sociedad no demande, exija más bien, cambios substanciales en el sistema sanitario: en el trato personal, en el respeto radical de los derechos de los pacientes/ciudadanos, en la calidad técnica recibida, en los medios y la eficiente gestión de éstos, o en la adaptación de las condiciones hosteleras a los niveles de bienestar habituales en la vida cotidiana, será difícil que existan giros notables. Tal vez es que todo está bien.
Algunos seguimos pensando que no, y que todo sistema que no cambia y mejora constantemente, está condenado a empeorar, pero para ello se necesita el empuje de la sociedad civil, premisa básica que por esencial muchas veces olvidamos.
Miguel González Hierro. El Adelanto 18 Agosto 2007