“La principal esperanza de una nación descansa en la educación de su infancia”. Erasmo de R.
El fracaso escolar que padecemos en España seguramente tiene muchas causas, y una de ellas puede ser el aumento de la depresión infantil enmascarada y los trastornos de conducta: el 2-3% en niños de 9-10 años, el 8% entre adolescentes. Entre sus síntomas, además de irritabilidad, pérdida de interés, tendencia antisocial o al aislamiento y trastornos alimentarios, también pueden producirse dificultades para la concentración, la memoria, la atención y asimilación de las enseñanzas que al final se manifestarán como fracaso escolar o abandono de los estudios en edades posteriores. España está a la cabeza de Europa con el 13% de abandonos en jóvenes entre los 18 y 24 años. Parece que la depresión es el precio de la modernidad, pero no por ello vamos a medicar a la infancia con antidepresivos como querrían algunos.
La alternativa puede estar en la educación de las emociones. Si bien el lugar natural para este aprendizaje es la familia, los modernos cambios de valores y roles de la estructura familiar parece que no favorecen esta situación y cada vez se dejan niños más pequeños al cuidado de terceros. Es por ello que la escuela debería encargarse de suplir y complementar la educación afectiva, e incluirse ésta en los planes escolares poniendo los medios necesarios para desarrollar también este otro tipo de inteligencia llamada la inteligencia emocional.
Enseñar a desarrollar criterios propios y críticos con la sociedad, a identificar y resolver problemas analizando y respetando cada punto de vista; aprender a lograr alianzas por medio de la empatía y la solidaridad, a conseguir el aprendizaje de conocimientos desde la necesidad y el interés, y a generar proyectos creativos de retorno social.
Educar en aptitud y competencia debe ir complementada con actitud y desarrollo de la inteligencia emocional para lograr jóvenes competentes, sanos y felices.
José María Casado ( Adsp de Salamanca )