No hace un mes que en estas líneas (El Adelanto, 10.3.04) se trataba el tema de la medicina pública y la privada y de las incompatibilidades. No era la primera vez. Es comprensible que la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública esté motivada por un tema que nos parece de gran importancia. Vaya por delante que no me opongo a la medicina privada. Es muy de respetar y me parece muy bien que haya una leal competencia entre ambas para hacer las cosas mejor, que debe ser el objetivo común.
Recientemente se celebraron en Madrid unas Jornadas sobre la Sanidad Privada. Se le auguraba un futuro muy prometedor y, créanme, yo me alegro de que así sea. Pero no me parece adecuado que la mayoría de los profesionales que van a hacer posible ese magnífico futuro estén también dedicados a la medicina pública a la que no parecen augurar un futuro igualmente prometedor. No me imagino, en el juego de tirar de la cuerda, a un jugador tirando de los dos lados. Habría que analizar a los que trabajan en ambos sistemas, para ver cuál dejan primero el público o el privado cuando están cansados de tantas horas de trabajo. Yo, haciendo un análisis, creo que se quedan con el más cómodo, con el que menos esfuerzo les exige: el público
Un sistema público que acoge a casi el 100% de la población no puede tener los recursos suficientes para prestar una atención «a la carta» a cada uno de los asegurados, sin unas listas de espera prudentes, ni demoras en las salas de espera, mejores atenciones hoteleras, etc… Con mucha frecuencia los que pueden elegir entre sistema público o privado lo hacen en función de algunas conveniencias: para su comodidad, el sistema privado, pero para su seguridad, el sistema público. Desgraciadamente se da el caso de algunos que se cambian cuando cambian las conveniencias, teniendo el sistema público que soportar el mayor peso económico. Lo reconocieron en la reunión de Madrid, la renovación tecnológica es menor en el sistema privado.
Pablo de Unamuno. El Adelanto 7 Febrero 2004