En mi trabajo diario como especialista hospitalario, recibo con mucha frecuencia pacientes derivados desde el Servicio de Urgencias o de otros especialistas hospitalarios. Siempre, ya sea durante la primera consulta o cuando el enfermo va a ser dado de alta de nuestra Unidad, le hago esta pregunta: ¿quién es su médico? Los pacientes saben claramente por quién les estoy preguntando. Su médico no es ningún otro especialista del hospital, ni ninguno al que haya podido acudir en una consulta privada. Su médico es el médico de Atención Primaria y es su médico porque él es quién mejor le conoce, aquél que no se limita a tratarlo cuando está enfermo o a derivarlo al especialista que estima oportuno en función de su dolencia, es también quién controla sus enfermedades crónicas y el que se encarga de la prevención y la rehabilitación de la enfermedad, así como de los tratamientos que recibe, en resumen es el que hace un seguimiento longitudinal del paciente a lo largo de su proceso vital. Y aunque ahora entendamos que en determinados pacientes es necesaria una continuidad asistencial que rompa con la transversalidad de la atención hospitalaria y facilite el contacto de los dos niveles asistenciales, el médico de Atención Primaria sigue siendo el punto de apoyo básico sobre el que pivota la atención a cada paciente individual, sea cual sea el nivel de complejidad de su enfermedad, y sobre el que pivota el propio sistema sanitario, el principio y final de cualquier actividad asistencial. Esta es la grandeza y también la responsabilidad de la Atención Primaria y si así no se entiende, desde todas las instancias (sanitarias y administrativas) y desde todos los niveles asistenciales, es difícil que las cosas funcionen.
Si asumimos que la Atención Primaria debe ser la base sobre la que se sustenta el sistema (y así lo establece la Ley General de Sanidad), ello requiere que se le dote de recursos y de medios para cumplir esa función. En resumen que se le dote de poder, pero bien entendido que el poder empieza por asumir responsabilidades y hay aspectos claves a mejorar: el control de crónicos y pluripatológicos, la conciliación de la medicación de los mismos, la asunción de la incertidumbre y la presión de la cultura hospitalocentrista de nuestros pacientes…Para llevar a cabo éstas y otras tareas, un factor clave es el trabajo en equipo con enfermería, desde el respeto a las competencias de cada profesional que deben incrementarse en el caso de este colectivo, pero desde la idea de que en el centro de la actividad están los pacientes.
Ningún avance en la relación Atención Primaria – Atención Hospitalaria será posible si desde las dos instancias negamos la realidad descrita. Esta relación, que debe ser fluida, es capital que funcione para poder ofrecer una atención sanitaria de calidad y sostenible, donde se eviten todos los ingresos hospitalarios no estrictamente necesarios, donde las listas de espera sean asumibles y estén cargadas de lógica y donde la seguridad del paciente esté en todo momento preservada. Después hay mecanismos que facilitan esta relación: desde luego la historia clínica común y cualquier avance informático compartido, los protocolos y guías clínicas, las consultas telefónicas o los desplazamientos de especialistas hospitalarios a los Centros de Salud.
Aurelio Fuertes Martín
Salamanca abril-2016