Elegir el principio activo más adecuado a la enfermedad del paciente y recetarlo por su nombre (DOE es denominación oficial española) es bueno para el médico que se libra de ejercer de «distribuidor comercial» de las diversas marcas y de tener que recordar sus nombres. Además, la sanidad pública incentiva que recetemos sin marca, porque le permite controlar mejor el gasto y porque tiene ventajas para el enfermo. Para promover en la población el conocimiento del medicamento por su DOE, Sacyl ha lanzado una campaña publicitaria que señala esos aspectos positivos:
Conocer el principio activo de lo que se toma disminuye el riesgo de confusión, evita volver a tomar un medicamento que causó reacción alérgica o efecto adverso, reduce el riesgo de sobredosis por tomar varios iguales creyendo que son distintos y permite identificar el medicamento en cualquier país.
Pero la realidad es otra, más bien la contraria y la gente no entiende por qué cada vez que va a la farmacia con una receta que pone lo mismo, le dan una caja distinta con un nombre distinto. Esto se debe a que con la prescripción por DOE, el farmacéutico puede darle diversas cosas: el genérico más barato, o bien la marca que esté a precio de referencia, o una marca cualquiera si no hay genérico. En manos del farmacéutico queda la elección ajustándose a una norma. Por tanto, para que la prescripción por DOE tenga todas sus ventajas, tiene que llevar aparejada la desaparición «aparente» de las marcas. Esto no es un imposible. La distribución la haría igualmente el farmacéutico que tendría los fármacos en envase clínico y entregaría al paciente la cantidad justa del medicamento prescrito en un envase neutro con una etiqueta que identifica el principio activo, la dosis recomendada, modo de uso y el paciente al que se le ha indicado. El farmacéutico comunitario ejercería esta función y sería remunerado por ello. El médico no se vería involucrado en asuntos comerciales y sería sólo la administración y no los intermediarios, la que tendría el poder de negociar los precios cuya factura paga.
Conocer el principio activo de lo que se toma disminuye el riesgo de confusión, evita volver a tomar un medicamento que causó reacción alérgica o efecto adverso, reduce el riesgo de sobredosis por tomar varios iguales creyendo que son distintos y permite identificar el medicamento en cualquier país.
Pero la realidad es otra, más bien la contraria y la gente no entiende por qué cada vez que va a la farmacia con una receta que pone lo mismo, le dan una caja distinta con un nombre distinto. Esto se debe a que con la prescripción por DOE, el farmacéutico puede darle diversas cosas: el genérico más barato, o bien la marca que esté a precio de referencia, o una marca cualquiera si no hay genérico. En manos del farmacéutico queda la elección ajustándose a una norma. Por tanto, para que la prescripción por DOE tenga todas sus ventajas, tiene que llevar aparejada la desaparición «aparente» de las marcas. Esto no es un imposible. La distribución la haría igualmente el farmacéutico que tendría los fármacos en envase clínico y entregaría al paciente la cantidad justa del medicamento prescrito en un envase neutro con una etiqueta que identifica el principio activo, la dosis recomendada, modo de uso y el paciente al que se le ha indicado. El farmacéutico comunitario ejercería esta función y sería remunerado por ello. El médico no se vería involucrado en asuntos comerciales y sería sólo la administración y no los intermediarios, la que tendría el poder de negociar los precios cuya factura paga.
Concha Ledesma.
Publicado en «El Adelanto»
11 Octubre 2008