Tampoco se alcanza si son convenientes tantos trasvases o fueran necesarios más o hubiera bastado con menos pues nada ha descendido hasta los súbditos de los criterios gerenciales que los sostienen: ¡estas son lentejas!, parece que han dictaminado. Pudiera haberse dicho, por ejemplo, que tal ambulatorio tiene un medico por cada 2000 habitantes y que los criterios de buena práctica aconsejan uno por cada 1650, o que se espera que la población que allí es atendida crezca en los próximos años en tal o cual medida (pero, ¿Salamanca crece?) y en consecuencia se crean tantas o cuantas plazas. Pudiera haberse argumentado que se tiene previsto introducir nuevos servicios y, en consonancia, aun cupos de pacientes más pequeños, es menester más profesionales para cubrirlos o que el propio hecho de la privación socioeconómica y cultural sugiera prevenir mayores demandas y proveer de profesionales a los centros en los barrios deprimidos.
Cabe preguntarse también por aspectos más prosaicos. Muchos de los centros a los que van destinados los nuevos facultativos tienen a su personal como chinches en costura y salvo que junto con las medidas de reducción del gasto vengan aparejadas otras de expansión del espacio (sin obra o remodelación pues esto tiene un coste) o contracción anatómica de los profesionales es difícil que puedan, sencillamente, sentarse. Claro que siempre cabe seguir profundizando en esa auténticamente genuina aportación de nuestros gestores sanitarios de los últimos años: los ambulatorios. Los que los conocimos aún recordamos con estremecimiento el principio del sillón caliente, cuando uno sabía que fuera cual fuera su demanda a tal hora en punto, otro profesional tenía que ocupar el consultorio y atender a sus pacientes.
Aunque se disfracen con términos más melodiosos sigue siendo cierto que para reducir los costes de un servicio solo hay dos caminos: restricción o precio. Para ello y continuar garantizado una atención sanitaria de calidad todavía tienen vigencia las científicamente robustas proposiciones de la Organización Mundial de la Salud de hace casi medio siglo: una atención primaria que sea un referente de cuidados sanitarios para la población; hay abundante y reciente bibliografía nacional e internacional al respecto. Ahora, sencillamente, los pacientes no tienen esa percepción y tampoco es cuestión que pueda resolverse en unos días ni fácilmente, pero no creemos que estas disposiciones sigan la ruta correcta.
La restructuración anunciada merecería un debate más técnico y documentado pero la información destilada desde Lo Alto solo da pie para este comentario estupefacto.
La cita es extensa, pero merece la pena recordarla en estos tiempos que se habla tanto del mercado. Es de José Barea, ilustre economista y en otro tiempo asesor económico del Presidente Aznar:
«En el sector privado de la economía se considera que para que los mercados financieros funcionen eficientemente es necesario una absoluta transparencia, lo que requiere que se transmita al mercado toda información relevante para los inversores, que la información que se transmita sea correcta y veraz y que ésta se transmita de forma simétrica, equitativa y a tiempo.
En el sector público hace ya tiempo que se planteó el tema de la transparencia en la gestión pública. Comportamientos éticos requieren una transparencia absoluta, sobre todo en el sector público, pues la transparencia es a los entes públicos lo que el mercado es a las empresas.»
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