La primera libertad, la salud.
En el mundo occidental se contempla la salud como un derecho básico de los ciudadanos; habría que ir más lejos, quizás no sea suficiente su sola calificación como derecho.
Aunque no sea este el lugar, sería conveniente profundizar en este aspecto, la salud como libertad básica (no sólo como derecho).
Especialmente en la gente mayor, pervive el recuerdo de que la aparición de una enfermedad grave suponía la hipoteca de toda la familia para hacer frente a la misma. Entonces no existía o no estaba extendido el sistema público de salud.
La frase «Salud para todos en el año 2000» ha marcado la estrategia de la OMS (Organización Mundial de la Salud) en prácticamente los últimos 30 años; pero ha sido algo más, se ha convertido en un símbolo. Una frase ya mítica, donde se simboliza, o algunos así lo queremos ver, el acceso a ese estado de bienestar físico, psíquico y social especialmente de los pueblos más pobres y de las clases más desfavorecidas. Y ese acceso a la salud, así definida, implica muchas más cosas; supone redistribuir riqueza, establecer políticas de igualdad, no considerar la salud como un hecho graciable u objeto de beneficiencia (aunque sea bajo las modernas fórmulas de ésta), puede llegar, en fin, a cuestionar formas de organización social y política que generan entre otros subproductos, un mal estado de salud de gran parte de la población, o en nuestro ámbito occidental, excesivas desigualdades sanitarias.
Ése es uno de los postualdos clave de nuestra defensa de un sistema sanitario público, quizás el elemento principal, la equidad: la igualdad en el acceso a los servicios de salud.
No se habrán conseguido todos los objetivos que implicaba el Salud para todos…, pero el espíritu para alcanzarlos está más vivo que nunca, igual que el trabajo de muchos para posibilitarlo.
Bajo un Salud para todos en el siglo XXI u otro lema, seguro que alcanzaremos una sociedad más justa.
Miguel González Hierro.
Publicado en «El Adelanto», 31 diciembre de 1999