Parece que hace algunos días, en los servicios de urgencias de los dos hospitales y en el servicio de urgencias de La Alamedilla fueron atendidos más de 500 pacientes en veinticuatro horas. Quiere decir que, aproximadamente, una de cada 700 personas de nuestra provincia sintió la necesidad de ser atendida de manera inmediata. Esta enorme saturación de la atención urgente, absolutamente injustificada en la mayoría de los casos si se analiza desde un punto de vista objetivo, obedece, creo yo, a más de una razón. Además, muy por delante del gasto que pueda representar para el sistema público de salud, tiene un efecto colateral iatrogénico resultante no de una mala práctica clínica sino de una práctica clínica realizada en el momento y en el lugar inadecuado.
Se pierde la longitudinalidad de los cuidados clínicos y la visión global del paciente, dos de las características definitorias de la atención en el nivel primario de atención cuando este es proporcionado por el mismo equipo profesional y, como consecuencia, se pierde también uno de sus valores más demostrados: el conocimiento del paciente como persona y en su contexto familiar y social. Algo más difícil de entender es que se pierde parte del poder discriminatorio de las pruebas que se hacen en el hospital y el resultado es que aumentan el número de falsos positivos y falsos negativos que estas pruebas producen. Es decir: mayor riesgo de error diagnóstico.
No existen soluciones sencillas para problemas complejos pero, una de ellas no es incrementar hasta el infinito los recursos de urgencias, perpetuando el problema de atender situaciones en el nivel inadecuado. Se demostró hace ya bastante tiempo que los profesionales de atención primaria, cuando la población cree en ellos, en el entorno de la comunidad, son los que pueden poner cierto freno a esta tendencia
José Manuel Iglesias. El Adelanto 24 Febrero 2007