En medio de esta convulsión continua de acontecimientos desde que el COVID-19 llegó a Europa, hay un grupo de pacientes que son los más olvidados. Son aquellos que están ingresados por otra causa distinta de dicha infección. Porque, aunque parezca que la vida se ha paralizado, con las tiendas cerradas, los días eternos en casa, los proyectos aplazados… lo cierto es que la vida sigue su curso, y sigue habiendo personas que sufren infartos, ictus, traumatismos o infecciones de otra índole (por citar solo algunos casos).
Estos pacientes han tenido la mala fortuna de caer enfermos durante el estado de emergencia por una epidemia global. Nadie habla de ellos en las noticias. No llenan páginas en los periódicos ni hilos en Twitter, pero sufren su enfermedad muchas veces en soledad. Y a veces mueren sin siquiera poderse despedir.
Pasan los días en una fría e impersonal habitación, sin posibilidad de recibir visitas de familiares. Su único contacto directo es con el personal del hospitalque pasa para examinarles, darles la medicación, entregarles la comida… Habría sido muy diferente si hubieran caído enfermos hace tan solo unos meses.
Por eso quiero enfatizar que, en esta situación de excepcionalidad, la labor de auxiliares, enfermeras y médicos debe de ser aún más humanitaria que de costumbre. No es fácil: todos estamos cansados y tenemos mucho trabajo, pero ese momento de conversación banal con un paciente (sobre su pueblo, su familia o su comida favorita) puede significar mucho para él.
Las sonrisas no pasan totalmente desapercibidas detrás de la mascarilla, sino que se perciben en los ojos. Por lo tanto: sonriamos, cojámosles de las manos, guardemos el fonendo y dediquémosles un momento de empatía a nuestros pacientes. Se lo merecen.
Alicia Alonso