Uno de cada seis españoles tiene más de 65 años. Son 6,5 millones de personas las que superan ese límite en el que artificiosamente situamos la que hemos dado en llamar «tercera edad». Dentro de 30 años se calcula que, debido a la disminución de la tasa de natalidad –la nuestra es actualmente la más baja del mundo-, los mayores de 65 años constituirán casi la tercera parte de la población.
¿Está la sociedad preparándose para afrontar esta nueva situación? O, por el contrario, ¿consideramos al anciano –o viejo-, como un ser molesto, improductivo, que entorpece nuestra interesantísima y acelerada vida, que demanda demasiados cuidados, incluso, a veces, desagradables?
¿No son también los niños improductivos, nos entorpecen, demandan multitud de cuidados y sin embargo nos volcamos con ellos?
La sociedad debería volcarse también con sus ancianos, empezando por las familias: en algunas culturas, que quizá en nuestra estupidez consideremos antiguas, los ancianos son respetados, reconocidos, se utiliza su sabiduría para el bien común (del viejo, el consejo).
Siguiendo por los poderes públicos, sobre todo los políticos, que tantas energías y dineros dedican a intentar captar el voto de los ancianos, deberían esforzarse más en contemplar sus necesidades en atenciones especializadas, servicios sociales, centros de día, programas de ayuda domiciliaria, aumentar el número de camas en residencias públicas, realizar controles exhaustivos de las residencias privadas para evitar que algún desalmado ¿empresario? expolie, maltrate y torture a los ancianos a su cargo, etc.
Evidentemente el principal obstáculo para llevar a cabo estas políticas es el presupuesto, pero ¿acaso nuestros ancianos –o viejos- no se merecen el esfuerzo y hasta el sobreesfuerzo de todos?.
Demostremos nuestro desarrollo social, nuestro civismo, nuestro nivel cultural, cuidando exquisitamente a nuestros niños, pero también a nuestros viejos.
José Luis Garavís. El Adelanto 8 Enero 2000