Tras este sunami que nos ha pasado por encima, llamado pandemia por COVID-19, que nos ha sorprendido, entristecido, vaciado y trasformado, tengo curiosidad por saber cómo vamos a evolucionar. La Atención Primaria, tan maltratada, menospreciada y esquilmada, en este momento de la pandemia por COVID-19, toma el protagonismo para, una vez pasado lo peor, encargarse del control de la situación.
La labor que se nos ha encomendado no es menor; se trata de detectar, precozmente, a las personas infectadas y sus contactos y evitar así que se siga propagando la enfermedad.
En contra de lo que se pueda pensar, durante el periodo de la parte dura de la pandemia no hemos estado de más; la prueba está en los compañeros contagiados o lamentablemente fallecidos en ese tiempo. Pero sí es verdad que se ha hecho más énfasis en la parte más espectacular de la asistencia, el hospital.
¿Cómo hubieran sido las cosas si hubiéramos tenido test diagnósticos en Atención Primaria desde el principio? Haber podido detectar más personas infectadas precozmente, aislarlas y controlar a los contactos y disminuir así las consecuencias que el contagio ha provocado. Pero no teníamos test, y los pocos o muchos que había estaban en el hospital. Aun así, hemos contenido y controlado a gran parte de las personas infectadas con cuadros clínicos menos graves, evitando el colapso de los servicios de Urgencias.
Tener que atender a posibles infectados y/o enfermos, además de al resto de la población, nos ha obligado a trabajar con medidas extraordinarias de protección, incómodas, pero necesarias, para evitar contagiarnos nosotros y a nuestros pacientes. Pero en este tiempo hemos aprendido otras muchas cosas.
Hemos aprendido a cambiar radicalmente nuestra forma de trabajar, adaptando los espacios para poder atender a los pacientes minimizando los riesgos. Poner distancia física entre nosotros y nuestros pacientes; nosotros, que nos caracterizamos por la accesibilidad y la proximidad. Estamos sorprendidos por cómo disminuyeron durante este tiempo, hasta casi desaparecer, la patología habitual en nuestras consultas y las consultas por banalidades. Habrá que investigar las causas y las consecuencias de esto.
También hemos podido comprobar cómo las múltiples barreras administrativas que parasitaban nuestro trabajo y que continuamente habíamos intentado suprimir, de repente, se podían solucionar.
Hemos aprendido a pasar consulta sin la presencia física del paciente y comprobado que no siempre es imprescindible la consulta presencial.
Hemos conseguido poder comunicarnos de forma más fluida con algunos servicios del hospital y comprobado que se puede hacer interconsulta sin que el paciente tenga que acudir personalmente al especialista y que, además, estas consultas no presenciales pueden ser más resolutivas que las clásicas, acortando tiempos de espera y dinero. Sólo hacía falta un poco de voluntad para hacerlo.
También hemos comprobado cómo el personal de Enfermería de Atención Primaria, de repente, ha encontrado su sitio, tras años de trabajar de forma encorsetada con el mismo tipo de pacientes, a quienes veían clientelarmente una y otra vez con múltiples controles sin contenido.
Cuando les han dado oportunidad, han sabido organizarse, distribuir las múltiples tareas de las que se han tenido que hacer cargo e incluso llevar todo el peso del estudio poblacional, que se está realizando a nivel nacional. Esto demuestra que el personal de Enfermería estaba infrautilizado y no realizaba las funciones propias de una Enfermería Familiar y Comunitaria. Las causas son múltiples, y no es el momento de analizarlas.
También hemos comprobado la importancia del trabajo que realizan el resto de personas que conforman la Atención Primaria, auxiliares, celadores, personal administrativo, matronas y fisioterapeutas, que han adaptado su trabajo a la situación, incluso haciendo labores fuera de su actividad propia, como triaje, controlando el acceso a los centros de salud, distribuyendo a los pacientes, separando los posibles contagiados de aquellos que acudían por otras patologías. Siempre con amabilidad, conteniendo la ansiedad de los pacientes y favoreciendo la solución de su demanda. Sin ellos no hubiéramos podido realizar nuestro trabajo.
También la importante labor realizada por el personal de limpieza, favoreciendo nuestro trabajo, higienizando el mobiliario y el centro de salud para disminuir el riesgo de contagio
En definitiva, hemos podido funcionar como un todo, el equipo se ha reforzado, se ha unido, ha funcionado como un EQUIPO y, en gran parte, ha sido posible porque hemos podido autogestionarnos.
Por eso me pregunto cómo vamos a seguir a partir de ahora. Debemos mantener este espíritu, seguir potenciando el trabajo en equipo, afianzar los logros conseguidos y seguir luchando por revalorizar la Atención Primaria y darle el lugar y la importancia que tiene como base de nuestro sistema sanitario.
Pero, para ello, el esfuerzo de los profesionales no es suficiente, se precisa invertir en medios y en recursos humanos. Escuchamos en todos los medios de comunicación el mensaje que lanzan nuestros políticos asegurando que se va a reforzar la Atención Primaria. Este mensaje llevamos años escuchándolo, y ya no nos lo creemos. Como muestra baste decir que, en estos días que vamos a despedir otra promoción EIR y MIR de Medicina de Familia, no vemos que haya una política seria para fidelizarlos en nuestra Comunidad, a pesar del déficit de profesionales que sufrimos y que se agravará con las jubilaciones previstas en los próximos años.
Necesitamos que se haga una planificación sería, huir del hospitalocentrismo. Ya hemos podido comprobar lo que ocurre cuando al primer nivel asistencial no se le permite trabajar en su medio o no se le permiten hacer las funciones que le son propias (colapso de Urgencias y de consultas e ineficiencia del segundo nivel asistencial).
Tener un primer nivel asistencial potente y eficiente es mucho más rentable. Potenciar hábitos saludables en la población disminuye más la incidencia de las enfermedades que cualquier fármaco. Hacer más trabajo comunitario, aprovechar más la figura del trabajador social, crear alianzas con asociaciones de vecinos, ayuntamientos etc., podría favorecer, entre otras cosas, que nuestros mayores puedan vivir en su entorno familiar y evitar recluirse en una residencia de ancianos; no hace falta que recuerde el precio tan caro y doloroso que hemos pagado.
También se podrían abordar más eficazmente problemas sociales (exclusión social, ayudas a personas en dificultades económicas, problemas de violencia de género, etc.). Nosotros, por nuestra especialidad, sabemos que el entorno social y laboral influye más en el desarrollo de enfermedades que cualquier otra causa. Esa es nuestra fuerza, conocemos las enfermedades que afectan a nuestra población y conocemos a nuestra población y sus condicionantes.
Luz María Martinez